Los vikingos: tragedia griega en los mares nórdicos

Llevo años ilustrando con esta película mis clases  de Secundaria sobre el atractivo mundo de este pueblo escandinavo. Y cada vez que la vuelvo a ver sigue pareciéndome igual de fascinadora. Hace años escribí una entrada sobre ella en el blog, pero el artículo que ahora publico es la versión corregida y matizada que incluí en mi libro Edad Media soñada, de cuya publicación se cumplen ahora tres años.

Poster original de Los vikingos

Si hay una obra que ha sabido arraigar en la conciencia cultural de varias generaciones, moldeando el concepto que tenemos sobre todo un pueblo, sin duda es Los vikingos, película de 1958 dirigida por Richard Fleischer, enorme éxito en su día en el mundo entero, que tuvo la fortuna de pertenecer a una época en que Hollywood era capaz de unir bajo el ropaje del gran espectáculo las dos dimensiones que debiera tener toda obra con ambición: el entretenimiento y la profundidad dramática. Esta combinación es lo que hace que una historia no se agote una única vez y apetezca volver a verla, a revisarla, en espera de encontrar algún matiz nuevo que la primera o primeras veces se nos escapara (o sencillamente, porque deseemos recrear otra vez el mismo placer que nos brindó). Los vikingos, producida por Bryna, es decir, por el mismo protagonista Kirk Douglas, no es solo un clásico del cine de aventuras: es un clásico del cine en general, un título memorable, dueño de una complejidad y una densidad que exigen más de un visionado para ser captadas en su totalidad.

Cuestión ciertamente significativa es que, siendo el primer trabajo visual importante que se centraba en los míticos vikingos, sigue constituyendo el gran punto de referencia moderno a la hora de establecer el imaginario de este pueblo. El meticuloso esfuerzo de documentación emprendido por sus responsables consigue que la película posea una credibilidad histórica verdaderamente notable. Los vikingos pretende mostrar ese rigor desde su mismo arranque, pues antes de que aparezcan los nombres del reparto y los técnicos, se dispone en pantalla un conjunto de ilustraciones, a modo de tapiz medieval (inspirado en el famoso de Bayeux, de finales del siglo XI) y una voz en off realiza una presentación del pueblo que va a centrar la acción, señalando su capacidad como navegantes, su conversión en piratas como respuesta a la hostilidad del medio natural en que vivían, su paganismo y, en especial, la convicción de que para ir al paraíso guerrero que les prometía su fe (el famoso Valhalla) debían morir con la espada en la mano, símbolo de haber combatido hasta la muerte. Este último elemento tendrá una considerable importancia en la trama, con lo que es un acierto dejarlo bien claro desde el primer momento.

El destino en lo alto del torreónEl director Fleischer y el productor Douglas se preocuparon especialmente por reproducir con el mayor realismo posible el escenario y la utillería vikingas, comenzando por la renuncia a un icono visual tan poderoso como los cuernos en los cascos. Los exteriores se filmaron en un auténtico fiordo noruego, e incluso las inclemencias del tiempo se añadieron, con notable fuerza dramática, a la propia trama: por ejemplo, la lluvia que cae cuando parte la expedición final de los dos hermanos al rescate de la princesa Morgana, que invade la atmósfera de una triste solemnidad, propia del inicio de una empresa de incierto resultado y en la que, en efecto, morirán muchos. Del mismo modo, se construyeron varios barcos para la ocasión y se procuró integrar en la historia elementos tan característicos como la adivinación mediante las runas, la reunión en asamblea comunal o thing y el entierro vikingo en un barco convertido en pira mientras el viento lo conduce mar adentro. El resultado es que la película crea la ilusión de que nos asomamos a través de una ventana al verdadero mundo vikingo: que no hay reconstrucción, sino descripción.

Resumiendo mucho, la perdurabilidad de la película se debe a dos elementos. Uno de orden genérico, visual, incluso histórico, como ya he indicado: a ella le debemos la imagen emblemática que hoy tenemos de los vikingos. Y otro de orden dramático y conceptual: la construcción de su historia a partir de un fabuloso juego de antagonismos, de paralelismos, de contrastes entre mundos y personajes, capaz de fundir la saga nórdica con la tragedia griega, el aliento viril con la sensibilidad femenina, la leyenda con la realidad.

Tony Curtis como ErikUn acontecimiento marca el futuro de los personajes y de sus dos mundos: en una de sus incursiones en la costa inglesa, el rey vikingo Ragnar (Ernest Borgnine), asesina al rey de Northumbria, uno de los reinos sajones medievales, y viola a su esposa, la reina Edith, siendo su fruto el nacimiento de un niño. Para protegerlo de las turbias intenciones del nuevo rey, Ayella, suspicaz ante los rumores de ese nacimiento ilegítimo, el padre Godwin (Alexander Knox), confesor de la reina, lo envía lejos, con la piedra del mango de la espada real, Requitur, atada a su cuello para que algún día pueda probarse su identidad. El barco es asaltado por los vikingos, y el niño crece como esclavo en el reino del padre cuya identidad ignora. ¿Qué, si no el hado fatal, el Destino, empuja al hijo del estupro, Eric, a convertirse en el antagonista del hijo legal del rey vikingo, Einar, hermanos de sangre, por tanto, los dos? Sin duda, estamos ante el aliento de la tragedia griega en el insólito escenario de los mares nórdicos, a través de una historia de padres y hermanos perdidos, reencontrados y vueltos a perder.

Todo une y todo separa a Einar y a Eric. La voluntad y el orgullo indomables, en primer lugar. Orgullo que Einar posee como heredero de su padre, acostumbrado por ello a imponer su voluntad en todo momento y lugar (un buen detalle, que además sirve para justificar de modo astuto la lampiña imagen de Kirk Douglas, es que Einar sea el único vikingo que no quiera ocultar su faz con la agreste barba típica del pueblo, indicando la fuerte voluntad de querer ser distinguido entre todos). Y orgullo que manifiesta un esclavo que no puede saber que su origen es, cuando menos, tan regio como su oponente pero que, de algún modo inconsciente, parece intuirlo. De ahí que no admita que nadie lo maltrate sin responder como su merece: cuando Einar, que lo ha sorprendido realizando una actividad prohibida a un esclavo (la cetrería), se dispone a castigarlo físicamente, Eric responde lanzándole su halcón, que le arrancará un ojo. Es el primer eslabón en la cadena de odios que unirá a los dos hombres.

El estupendo cásting de Los vikingosAmbos pretenderán también a la misma mujer: Morgana (Janet Leigh), la princesa galesa reservada para Ayella pero capturada por los vikingos. Y ambos aspirarán a ella de acuerdo con los códigos del guerrero. Einar, como caudillo indiscutido, por la fuerza, por la posesión (y cree que por el irresistible atractivo que hasta entonces ha tenido para toda mujer; que Eric haya menguado esa apostura es otro motivo para odiarlo). Eric, por mérito personal: porque la rescata, huye con ella a la corte inglesa y la reclama como premio, con su aquiescencia, ante el escándalo del rey Ayella (que no puede concebir que un esclavo, y además vikingo, trate de arrebatarle lo que es suyo no solo por acuerdo de estado sino por el orden del mundo).

Más fatalidad. Eric no llega solo con Morgana ante el rey, sino también con Ragnar como prisionero pues, en la persecución emprendida contra él, el barco del jefe naufragó y este llegó al bote de los perseguidos, siendo capturado. Ayella le concede como premio que sea él quien lo arroje al pozo de los lobos que tiene en su castillo. Eric lo hará pero no antes de quitarle las ligaduras y poner una espada en sus manos, para que así muera como un vikingo, dando pie a uno de los mejores momentos de la película: pese al temor de los ingleses, Ragnar no intenta utilizar el arma para abrirse paso sino que hace frente a su destino y, con una carcajada, se arroja entre los lobos, pereciendo entre sus colmillos. Por tanto, Eric mata, sin saberlo a su padre, pero a su vez encuentra castigo inmediato: Ayella ordena cortarle la mano que osó desobedecerlo, y después manda que lo dejen con su barca en el mar, tal como lo encontraron.

Kirk Douglas como EinarOtro rico juego de antagonismos es el que opone a ambos pueblos, el pagano vikingo y el cristiano inglés, del cual sale francamente ganador en nobleza y vitalidad el primero, por mucho que la «civilización» parezca estar representada por el segundo. Elementos significativos que operan en contra de los ingleses son su doblez (no hay nunca traición entre los vikingos, mientras que el engaño y la mezquindad anidan con fruición en los otros), la saña de sus métodos de ejecución (el pozo con lobos es mucho más sádico y cruel que el poste al que es atado Eric para perecer con la marea, puesto que este permite, como al final sucede, una posibilidad de que pueda sobrevivir) o su falta de piedad (contrasta la ausencia de sed de venganza en Ragnar, que da una oportunidad para vivir a Eric tras haber mutilado este a su amado hijo, con la delectación sangrienta de Ayella al cortarle a aquel su mano izquierda).

También se juega con la dualidad entre belleza y deformidad: ¿acaso no gana Eric la batalla del amor por ser más hermoso, a ojos de Morgana, que el ahora afeado Einar? Del mismo modo, contrasta la estampa, en verdad regia dentro de su brutalidad, de Ragnar (personaje que gana en riqueza y humanidad a cada cada visionado: qué gran trabajo de Ernest Borgnine), en comparación con Ayella, a quien el actor Frank Thring convierte en un ser que nunca parece mirar de frente y que en ninguno de sus gestos o palabras se comporta como un rey.

Drakkar y fiordos de verdad

La capacidad de Los vikingos para convencer tanto en su dimensión argumental como en la, digamos, antropológica queda bien expresada en la circunstancia de que incluso aquellos elementos que no parecen históricos (o que no lo son, directamente) resultan tan congruentes con el espíritu de los vikingos que incluso enriquecen el acervo cultural que conocemos sobre ese pueblo.

El juicio de Odin para esposas infielesMe refiero sobre todo a dos secuencias. La primera (que, según el director Fleischer, sí es histórica) es el momento en que Einar y sus hombres regresan al fiordo tras el éxito del rapto de Morgana. Su alegría la expresan mediante una reafirmación de virilidad que consiste en caminar de remo en remo por el exterior de la embarcación hasta volver a subir a bordo, procurando no caer al mar: es una admirable prueba de la entrega de Kirk Douglas a su proyecto, pues él mismo, sin trampa ni especialistas, resuelve la escena según esos modos interpretativos de corte físico tan propios del Hollywood de la época. La otra secuencia es la del célebre «juicio de Odín para esposas infieles». Según explica el rey Ragnar a su visitante inglés, consiste en amarrar por sus trenzas a una picota a una esposa de dudosa virtud; el marido deberá probar su inocencia lanzando hachas para liberarlas: si en vez de a los cabellos acierta a la mujer, eso demostrará su culpabilidad, y en caso de que el marido falle tres lanzamientos, ambos serán ahogados en un barril… Esta particular versión del Juicio de Dios cristiano sí fue inventada, sin duda alguna, por los guionistas, y sin embargo resulta muy afortunada, tanto porque dramáticamente tiene sentido tan jovial y pantagruélica ilustración de la justicia vikinga, como porque, de cara al posterior desarrollo de la historia, tiene como objeto que el espectador conozca la habilidad de Einar con las hachas, que luego será fundamental en el asalto al castillo inglés.

Por lo demás, hay que descubrirse ante la labor del director Richard Fleischer (pese a sus enfrentamientos con el productor-protagonista, como indica su famosa declaración: «con Kirk Douglas uno no hace películas, sobrevive a ellas»), orquestador de un poema épico cuya tensión visual no disminuye en ningún momento, capaz siempre de alternarla con momentos de intensa irrigación lírica; del director de fotografía Jack Cardiff, cuyo fabuloso sentido de la luz y el color otorga a la película una belleza sin parangón; del músico Mario Nascimbene, responsable de ese icono sonoro que es el tema del cuerno (aunque menos afortunado en el apoyo atmosférico de diversas escenas)… En suma, del magnífico trabajo de equipo que subyace debajo de cada buena película.

Los dos hermanos vikingos, Tony Curtis y Kirk Douglas

Y por supuesto, de los actores, con mención especial para los dos protagonistas, pues la última oposición de esta cadena de cadencias radica en el diferente estilo interpretativo de cada uno de ellos. Douglas, de acuerdo con su previa galería de personajes excesivos y su gusto por la exhibición histriónica, crea un personaje de arrebatada grandeza trágica, a quien, pese a su fuerza interior y exterior, sabemos destinado al fracaso. Tony Curtis, en cambio, pese a ser el hombre que lo gana todo, tiene en sus manos una caracterización menos espectacular, más interiorista, tanto por su propio aspecto físico (una barba que oculta parte del bello rostro que hizo famoso al actor), como por su escasa gestualidad exterior: como bien dijo José María Latorre, Eric es «uno de los personajes más hoscos y antipáticos del cine de aventuras».

Siempre me ha parecido especialmente memorable el asalto final al castillo de Ayella, con la resolución del conflicto entre los dos ignorados hermanos. La localización elegida fue una fortaleza bretona, magníficamente conservada, Fort Lalatte, prácticamente inexpugnable en su situación sobre un acantilado. El realismo de la película brilla, una vez más, con luz propia, en la meticulosa narración del asalto, con esa imagen fabulosa de los vikingos clavando sus hachas en el último puente para que Einar salte sobre el abismo y se agarre a sus mangos para auparse hacia el mecanismo que lo debe bajar. El duelo final entre Eric y Einar ha pasado justamente a las antologías de todas las luchas cinematográficas con espada. Dos elementos se unen para conseguirlo. El primero es de índole dramática: Morgana acaba de revelar a Einar su parentesco con Eric; por tanto, uno de los dos contendientes tiene una información que el otro no conoce y el espectador intuye que ahí está su debilidad, por más que el primero sea el mejor combatiente de los dos, pues además hay que recordar que el segundo es manco. El otro, por supuesto, es la formidable dificultad del escenario de batalla, el torreón exterior con su inclinadísimo tejado: pocos duelos del cine han transmitido tal sensación de dureza y peligro.

Ford Lalatte, el castillo de Ayella

FICHA DE LA PELÍCULA

Título: Los vikingos / The Vikings. Año: 1958

Director: Richard Fleischer. Guión: Calder Willingham, según la novela The Vikings, de Edison Marshall, adaptada por Dale Wasserman. Fotografía: Jack Cardiff. Música: Mario Nascimbene. Reparto: Kirk Douglas (Einar), Tony Curtis (Erik), Janet Leigh (Morgana), Ernest Borgnine (Ragnar), James Donald (Egbert). Dur.: 116 min.

Acerca de Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

Soy profesor de historia en el IES Jacaranda (Churriana, Málaga).
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6 respuestas a Los vikingos: tragedia griega en los mares nórdicos

  1. Teo Calderón dijo:

    La profunda belleza de esta película tiene su germen en uno de los guiones más hermosos que jamás filmó Richard Fleischer. El sentido armónico, casi musical, en la concatenación de planos, la verdad extraída en cada uno de ellos hasta hacernos sentir «fisicamente» el paisaje, el choque del hierro, un hacha clavándose en la madera, la niebla, el roce de los remos con el agua, ¡hasta la temperatura del agua!, Einar (Kirk Douglas) y sus guerreros caminando de manera competitiva sobre los remos de la nave, riendo y cayéndose. Película de fuertes sensaciones, poética y salvaje, con un perfecto y aportativo uso del formato Scope en la composición de los encuadres que además, en algunos momentos, juega inteligentemente con una «prolongación» de la acción en los espacios fuera de campo (creando así ciertos instantes de violencia indirecta).
    A todo ello, añadir una soberbia dirección de actores que aprovechó con eficacia el lado bestia de Kirk Douglas (impagables momentos en la prueba del hacha con la rubia adúltera), el repentino brillo animal en los ojos de Ernest Borgnine cuando empuña la espada dispuesto a saltar en el foso de los lobos, sin olvidar la sabia utilización del turgente físico de Janet Leigh (tanto Welles antes en SED DE MAL, como Hitchcock después en PSICOSIS, utilizaron ese potencial de la actriz) . En suma, estamos ante una redonda, fascinante obra maestra de seminal imaginería, un espectáculo total y la más apabullante prueba del prodigioso talento del autor de DUELO EN EL BARRO.

    • Totalmente de acuerdo. «Los vikingos» es bella en un sentido casi metafísico pero a la vez deslumbrantemente físico (qué aciertos los de las localizaciones, tanto las genuinas noruegas como ese castillo normando que sirve a la corte de Ayella). El guion, en efecto, es perfecto sin necesidad de parecer granítico. Por ejemplo, es difícil creer que esa pareja de enamorados tenga futuro en el agreste mundo medieval, ni entre los vikingos (que lo lógico es que, tras la muerte de Einar, le ajusten las cuentas) ni entre los británicos (ella se ha convertido en otra traidora). Pero da igual, porque la conclusión «pide» concluir con el bello momento elegíaco del entierro vikingo y dejar en el aire toda reflexión lógica.

      En cuanto a los actores, cierto, la mirada de Ernest Borgnine en su despedida de la película revela a un actor portentoso. Douglas, que no es santo de mi devoción, aquí resulta perfecto incluso en su exceso, porque el personaje vive (y muere) con exceso. Y un aplauso para Tony Curtis, un actor que con inteligencia se empeñó por esos años en dejar bien claro que era más dúctil de lo que parecía, con papeles poco agradecidos al lado de actores que estaba claro que podían eclipsarlo: su despreciable agente de prensa al lado de Burt Lancaster en «Chantaje en Broadway» y este mismo. Hay que recordar que si Einar se jacta de no esconder su atractivo rostro bajo ninguna barba, Erik sí lo hace, y que Curtis no sonríe en ningún momento de la historia, cuando el actor era especialista en papeles de chico agradable.

      En fin, cualquier reflexión sobre este título se hace en verdad inagotable.

  2. Josmaraj dijo:

    Es una de las mejores películas del cine clásico de aventuras, un «peplum» que combina una gran ambientación histórica pero que a la vez como bien dices tiene viveza, una aventura entretenida que no da la sensación de acartonamiento de tantas otras (el señor de la guerra de Charlton Heston, sería para mí el ejemplo a comparar) Eso sí, fidelidad histórica … para lo positivo, porque realmente para los aldeanos y monjes de conventos costeros a las islas británicas, aquellos piratas de oportunidad no tendrían esa connotación tan atractiva y no les parecería que su mundo civilizado-pero-hipócrita fuera peor que el bárbaro-pero-noble que ofrece la película (de furore normandorum libera nos dómine, rezaban como letanía en la época)

    En el duelo que marca toda la película entre Douglas y Curtis, yo me inclino por el primero. Porque es una injusticia. Primero le deja tuerto del modo más artero (arrojarle el halcón a la cara, en fin, no es el modo más noble de pelear), luego se lleva a la chica porque es guapo y poco más, y encima lo mata no por ser mejor espadachín sino porque el otro duda en asestar el mandoble en el último momento, y prácticamente se deja apuñalar. Y es que en el fondo y en eso tengo una opinión distinta, me gusta el modo de actuar de Douglas, excesivo, un punto histriónico … pero sus personajes son vivos, tienen carne y sangre, y son de los que apuran la vida a tragos, como este de hecho a su medida. Esa sonrisa tan suya, con los dientes apretados como el lobo que se apresta a la pelea cuando ve venir a su hermanastro espada en mano, es impagable y pocos actores conseguirían ese gesto. Me complace saber que en Espartaco se tomó cumplida revancha jeje.

    Gracias por este artículo tan bueno. En la entrada anterior he leído que decías que este blog ya era un poco viejo, pero yo te digo que es viejo en el sentido que decía Alfonso X el Sabio: quemad viejos leños, bebed viejos vinos, conversar con viejos amigos, y navegar por blogs viejos, habría añadido si estuviera en este siglo y hubiera conocido éste.

    • Mil gracias por tus amables palabras: son el mejor combustible para seguir adelante en el empeño de este blog que a veces me cansa un tanto mantener pero que, por lo general, me sigue dando satisfacciones y que, desde luego, sigue sirviendo tanto para recordar lo que me hacen sentir todas estas ficciones que me encantan como para saber que, al otro lado de la pantalla, hay gente con la que puedo compartir el amor por ellas.

      Comparto contigo mi debilidad por Einar, y por Kirk Douglas aquí. Einar cree tenerlo todo y acabará perdiéndolo todo: el padre, la mujer a la que ama, la vida. En este caso, la exuberancia interpretativa de Douglas (que en películas como «El loco de pelo rojo» me cansa) aquí es imprescindible, porque lo pide el personaje. Y qué mejor expresión que esa alegría, jactanciosa a la vez que inocente, con que camina sobre los remos en otra de mis escenas favoritas de la película. Eso sí, aunque Erik es un personaje mucho menos sustancioso, y mucho más antipático, no es culpa suya que nos «robe» a quienes nos identificamos con Einar, puesto que él también es un juguete del destino.

      Finalmente, un aplauso por la maravillosa «El señor de la guerra» (¿has leído el artículo que le dediqué igualmente hace tiempo, y que asimismo fundí en «Edad Media soñada»?), también una historia construida sobre paradojas y contrastes, sobre inútiles intentos de trascender al destino, con Charlton Heston maravilloso (aunque este actor, para mí, es un grande que solía estar bien siempre, aunque acabara haciendo demasiados «survivors»…).

      En fin, un fuerte abrazo y que sigamos compartiendo devociones.

  3. Javier A. dijo:

    No cejes en el empeño. Al menos yo, espero tus escritos, como si se tratara del estreno de una gran película o bien de la publicación de un reparador ensayo.
    El panorama actual es desolador. A los grandes, Eastwood, Scorssese, Allen y Scott ya se les nota cansados. Y en cuanto a la literatura, el vacío es estremecedor. Qué no decaiga el ánimo y adelante con el blog. Un abrazo.

    • Bueno, a estas alturas de mi vida (supongo que es lógico) no me estimula tanto lo que queda por aparecer en cine o en literatura que todo lo que nos ha dado. Voy a pocos estrenos, aunque luego recupero en casa lo que parece más interesante, pero sigo teniendo la ilusión de internarme en la considerable jungla de películas de todos los tiempos y países (aunque sea imposible internarse en ella más de unos metros, de tan vasta que es).

      Un abrazo y gracias por los ánimos. Por cierto que los últimos Eastwood y Allen me han resultado simpáticos, el de Scorsese no lo he visto (demasiado metraje: ya solo veo películas tan largas si estoy más o menos seguro de que merecerá la pena) y el de Scott, su «Napoleón», lo acabo de comentar en una crítica de la que doy enlace en este blog (no me ha gustado, pero es que en este caso, este director, desde el lejanísimo «Alien» rara vez me ha gustado).

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