AL ABORDAJE: LA PIRATERÍA COMO GÉNERO POPULAR

Resulta curioso que un acto tan deleznable como es la piratería haya conseguido instalarse en la cultura popular como una figura heroica que goza de todas las simpatías del público. Ese hombre apuesto y gentil con un pañuelo en la cabeza, maestro en el arte de la esgrima, y que abordaba barcos en los que encontraba a una encantadora jovencita que siempre se enamoraba de él, nada tiene que ver con una realidad plagada de sanguinarios asesinos sin escrúpulos que se dedicaban al saqueo, y en muchas ocasiones al esclavismo.

A primera vista uno podría pensar que los grandes culpables de esto son sin duda alguna la literatura y el cine, que una vez más habrían logrado traspasarnos una versión idealizada de algo que en realidad no deja de ser un hecho histórico terrorífico, y por supuesto que son los principales responsables, pero tampoco debemos perder de vista que determinados países intentaron dulcificar la figura del pirata, dado que su figura fue empleada en muchas ocasiones de forma más o menos extraoficial  como arma contra los navíos de potencias enemigas. La imagen que un español tiene de Francis Drake no tiene nada que ver con la de un inglés.

Aunque en tiempos de Cervantes la literatura ya había tratado el tema de la piratería (el autor fue preso de piratas berberiscos, y en el mismo Quijote hay un capítulo en el que se habla de un cautivo de los piratas), tenemos que esperar hasta el siglo XVIII para encontrar las primeras novelas protagonizadas de forma exclusiva por estos mercenarios del mar, con Daniel Defoe y sus libros Vida, aventuras y piratería del célebre capitán Singleton (1720), una prodigiosa novela de aventuras que para mí está a la altura de su célebre Robinson Crusoe,  e Historias de piratas (1724-1728). Aunque posiblemente sea la primera vez que se presenta la figura del pirata como protagonista de una novela de aventuras, aún carece de esa aura romántica que cuajó posteriormente entre el gran público, pero sí es cierto que empieza a forjarse esa visión paradójica del pirata como un símbolo de la libertad absoluta precisamente por su condición de marginado de la sociedad.

El 1814 el poeta inglés Lord Byron da un giro radical a la figura del pirata con El Corsario (libro del que se vendieron el año de su publicación más de 10.000 ejemplares) y en 1836 es José de Espronceda quien hace lo mismo en la famosa La canción del pirata. La figura del pirata aparece de repente con las características que lo distinguirán en el futuro: un héroe al margen de la ley, seductor irresistible, símbolo de libertad…, pero en ningún caso podemos considerarlas novelas de aventuras, debido a que se trata de dos obras poéticas.

En 1822 Walter Scott -uno de los primeros autores de la historia que podría ser considerado como un autor de best-sellers, dada la difusión de su obra-   publica El Pirata, una interesante novela ambientada en una isla de Escocia protagonizada por dos piratas (Mertoun y Cleveland) que ya se hace eco de la visión romántica aportada por Byron (algo habitual por cierto en toda la obra de Walter Scott). Por cierto, en la novela se hacen varias referencias al Quijote.

El inmortal Julio Verne (1828-1905), maestro de la literatura de aventuras, regala al mundo el personaje del Capitán Nemo, una especie de pirata (se dedica a hundir navíos que lleven la bandera de Inglaterra) que a bordo del Nautilus protagoniza 20.000 leguas de viaje submarino (1869), y que también aparece tangencialmente en La isla misteriosa (1874). Resulta muy curioso que en diversas publicaciones literarias que pretenden ser serias se describe al Capitán Nemo como una versión moderna de Sandokán, cuando Nemo es un personaje anterior a este último.

Julio Verne tocó el tema de la piratería de forma más directa en alguna novela posterior como Los piratas de Hallifax (1903), para mí una de las obras menores de Verne, en la que los piratas son malvados sin matices.

En 1881 Robert Louis Stevenson (1850-1894) escribe la que es sin lugar a duda la novela de piratas más famosa de todos los tiempos, y una obra maestra de la literatura en general: La isla del tesoro. En el libro, una historia de aventuras en mayúsculas sobre la búsqueda de un tesoro oculto, un chico llamado Jim experimentará en primera persona las dos caras de la piratería (el bien y el mal), gracias a la figura de los piratas Pew y Long John Silver. La novela se publicó originalmente por entregas en la revista infantil Young Folks entre 1881 y 1882 con el título de The Sea Cook, or Treasure Island, y en 1883, dado su enorme éxito, se integró en un solo volumen, alcanzando, sin saberlo, la inmortalidad. Aprovecho desde aquí para recomendar la lectura de esta obra a todos aquellos afortunados que aún no la hayan disfrutado, probablemente porque ya conocen la historia gracias a las múltiples versiones cinematográficas. Si es uno de los libros que más veces ha sido reeditado es por algo. También me gustaría recomendar la lectura de Regreso a la isla del Tesoro (2014), de Andrew Motion, novela a la que me acerqué con todo tipo de prejuicios, y que me sorprendió gratamente.

Tan sólo unos años más tarde, y contagiado del espíritu de La Isla del Tesoro, el escritor Emilio Salgari (1862-1911) se hacía popular con sus novelas de aventuras, entre ellas las dedicadas a los piratas asiáticos y a los del Caribe: Los piratas de Malasia (1896), El corsario negro (1898), Sandokán (1900) o Los últimos piratas (1908) dieron forma a un nuevo género literario en el que se marcaban las características que debían tener a partir de entonces los piratas de novela. Todas las novelas de Salgari tienen como protagonistas a héroes románticos y atrevidos que luchan por un ideal en exóticos escenarios, y eso establecía la pauta a seguir a partir de entonces.

A principios del siglo XX el género de aventuras protagonizado por piratas experimenta su edad dorada,  con obras de gran calidad a cargo de autores como Joseph Conrad con Lord Jim (1900) y su posterior El pirata (1923); Jack London (Los piratas de la bahía de San Francisco , de 1905 y La expedición del pirata, 1916); Nathaniel Hawthorne (Relato de un corsario Yanqui, 1926); o el propio James Matthew Barrie (1860-1937), con su prodigiosa Peter Pan y Wendy (1911) basada en su obra de teatro de 1904, que servía para presentar al temible capitán Hook, némesis de Peter Pan que era presentado como el único hombre a quien John Silver tuvo miedo.

Pero el éxito no se consigue tanto por la calidad de las obras como por la cantidad de lectores a los que consigues llegar, y ahí es donde aparece la figura de Rafael Sabatini (1875-1950), autor de obras tan emblemáticas como Scaramouche, El halcón de los mares (1915) o El cisne negro (1932), donde se nos presenta el personaje del capitán Blood, que Errol Flynn se encargaría de popularizar a través de la pantalla. Sabatini transformó definitivamente al pirata en el icono popular actual. En este mismo blog se puede leer un artículo sobre este autor.

También Arthur Conan Doyle (1859-1930) ―ya inmensamente famoso gracias a Sherlock Holmes― escribió Cuentos de piratas y del agua azul en 1922; Edgar Rice Burroughs, al que el público adoraba gracias a Tarzán, escribe Piratas de Venus en 1932, dando quizás una de las primeras muestras de fusión del género de piratas y ciencia ficción, algo que repetirían muchos autores posteriormente, entre los que yo destacaría a Isaac Asimov (1920-1992) y su obra Los piratas de los asteroides (1953).

Otro ejemplo de fusión temprana de géneros es la de William Hope Hodgson, que en Los piratas fantasmas (1909), mezcla piratas y terror, algo que también será un tema recurrente y que acabaría llegando al cine con películas míticas como La Niebla (1980), de John Carpenter. El origen de las historias de piratas fantasmas probablemente habría que buscarlo en la leyenda del Holandés errante, iniciada en el siglo XVII a partir de la figura del marino Bernard Foke y que gracias a las obras de autores como Edgard Allan Poe (Aventuras de Arthur Gordon Pym, 1838), el Capitán Frederick Marryat (El buque fantasma, 1837), Washington Irving (El Holandés errante, 1855), o William Clark Russell (El barco de la muerte,1888), ha perdurado hasta nuestros días. Por no mencionar por supuesto la inmortal ópera de Wagner dedicada al ilustre fantasma.

El caso es que, con estos antecedentes literarios, en el siglo XX Hollywood se encargará de popularizar las ya descritas características del pirata “moderno”, transformando definitivamente al pirata en un rebelde que lucha contra la injusticia, algo que insisto nada tiene que ver con la realidad. No creo conveniente por motivos de espacio ponerme a relacionar películas de piratas, pero creo que a todos se nos viene a la cabeza la figura de Errol Flynn como el gran icono del pirata cinematográfico (protagonizando El Capitán Blood, El Halcón del Mar, y La isla de los Corsarios), con permiso de las nuevas generaciones, a las que se les vendrá a la cabeza la imagen de Johnny Deep encarnando al emblemático Capitán Sparrow.

Y llegamos por fin a la literatura popular española, y su visión de la piratería. Como era de esperar, la novela de quiosco no podía dejar de lado un fenómeno tan popular, y se sumaría a esa moda temporal con gran fuerza.

Durante el auge del folletín, el género de piratas fue uno de los de mayor éxito entre el público, y prueba de ello es el gran número de títulos dedicados al mismo. Citaré algunos de ellos, sin pretender hacer un listado exhaustivo:

Fanet, aventuras de un intrépido grumete, es un folletín publicado en los años 20 por El Gato Negro (precursor de Bruguera) en el que los piratas tuvieron una importante presencia a lo largo de sus 40 números.

Esta misma editorial simultaneó gran número de colecciones protagonizadas por el mundo de la piratería a lo largo de los años 20 y 30: Gong, el emperador pirata, alcanzó los 14 números en los años 30; Sansón, rey de los mares, grandiosas aventuras de un pirata de 19 años; Barbarroja, la fiera del mar (15 números a lo largo de 1931); Drack, el rey de los piratas (28 episodios publicados en 1925); o Sin miedo, el demonio de los mares (50 números).

Otras editoriales menos recordadas en la actualidad también se volcaron en el género de piratas, como en el caso de La vida de un pirata (o el grumete de la nave negra), un folletín de 36 números publicado por la editorial Carceller; La reina de los piratas, de la editorial Guerri, que alcanzó la nada desdeñable cifra de 305 números y que coincide en el título con una novela de mi admirado Miguel Mª Astraín (MIkky Roberts); Montbars el pirata (el pabellón de la muerte), que alcanzó los 59 títulos; o Botalón, el pirata fantasma (12 números publicados por la editorial Vincit).

Una vez que el fenómeno del folletín pierde fuerza, y coincidiendo con el parón editorial que supuso la guerra civil española, el género de piratas parece quedar aparcado a la espera de vientos más favorables, con la excepción de las traducciones de clásicas historias de piratas de Karl May, Sabatini, E.V. Timms y otros autores que la editorial Molino seguía publicando en sus diversas colecciones de aventuras desde Argentina; o con esporádicas apariciones en otras colecciones menos conocidas, como en el de la colección de aventuras Hércules, de editorial Vives, con títulos tan sugestivos como Los piratas de la mano roja (nº 7) o Los malditos del mar (nº 1), en ambos casos obra de un tal Maurice Lenoir, autor desconocido al menos para mí y del que no he encontrado información.  

La primera de estas obras era por cierto la recopilación de una serie al más puro estilo Pulp que ya había sido publicada en España en 1934 por publicaciones Pocholo dentro de la colección Popular de aventuras en 6 cuadernillos por entregas quincenales: El Barco del Terror, Chacales del desierto, Tras la cautiva, La venganza del pirata, Miedo en los ojos, y La última lucha. Los seis títulos fueron publicados con el sobrenombre de Los piratas de la mano roja, y en las que consta que son traducciones a cargo de Antonio Torralbo Marín. Este hecho es interesante porque Antonio Torralbo Marín figura acreditado como autor de al menos una novela (Aventurero a la fuerza, nº 147 de la serie azul de la Biblioteca Oro de Molino, 1943), amén de una larga serie de obras dirigidas a un público infantil. Antonio Torralbo Marín no era más que un pseudónimo del periodista José María Huertas Ventosa (Barcelona, 1907 – Barcelona, 4-12-1967), del que sabemos que publicó al menos otra novela de aventuras (Bha, nº 212 de la serie azul de la Biblioteca Oro Molino), esta vez con el pseudónimo de J.V. Travesi.

Con su nombre verdadero publicó cuentos infantiles, diversas adaptaciones biográficas (la zarina Alejandra Feodorovna en la colección Vidas extraordinarias, El Cid campeador, Sigfrido, Juana de Arco…) y multitud de guiones de tebeos de la época.

El hecho de no encontrar información alguna sobre el tal Maurice Lenoir, sumado a la presencia de Antonio Torralbo (que encima es un seudónimo) como traductor, despierta en mí la teoría de que detrás del tal Maurice Lenoir podría ocultarse en realidad José María Huertas Ventosa, del que además sabemos que trabajó para la misma editorial donde se publicó la serie de Los Piratas de la Mano Roja como autor acreditado de guiones de tebeos. No tengo certeza  sobre el tema, así que como suele ocurrir en el mundo de la novela popular, probablemente sea otro enigma más sin resolver.

El final de la guerra civil supone el pistoletazo de salida para el resurgimiento de la novela popular con más fuerza que nunca, ante una población necesitada de entretenimientos que les permitan olvidar las difíciles circunstancias que les tocó vivir tras la guerra. La situación sin embargo había cambiado en lo que respecta a los gustos del público, pues Hollywood había dejado de lado las historias de piratas para centrarse en otro tipo de géneros, especialmente el western y el policiaco, y esa corriente se trasladó a España.

Los quioscos se inundaron de colecciones del Oeste, policiacas, románticas, y de aventuras, pero todo lo relacionado con piratas parecía haber pasado definitivamente de moda, si exceptuamos ocasionales apariciones en colecciones ajenas al género de piratas, como por ejemplo el nº 6 de Yuma (editorial Molino, 1943) El pirata fantasma, de Rafael Molinero, y sobre todo una curiosa colección que tan sólo alcanzó 8 títulos, llamada Colección Juan Gallardo. Esta casi desconocida colección de autor anónimo, publicada supuestamente en 1944 por Hispano Americana de ediciones (una editorial especializada en el mundo del tebeo) al precio de 4 pesetas, narraba las peripecias de un pirata justiciero de origen español llamado Juan Gallardo a mediados del siglo XVII. Como curiosidad, en varias de las novelas de la serie aparecen referencias a La Canción del Pirata, de José de Espronceda, el célebre poema que seguro que todos los que leen este blog han tenido que recitar en algún momento en el colegio, lo que supone un anacronismo imperdonable si tenemos en cuenta que la obra de Espronceda se publicó en 1835, casi 200 años después del momento en que se desarrolla la acción de las novelas.  

Sobre esta colección (como pasa casi siempre en el mundo de la novela popular) hay una gran confusión respecto a cuándo se publicó y respecto a la autoría. Algunas fuentes -como por ejemplo Fernando Eguidazu en su monumental historia de la novela popular española- indican que la colección se publicó en 1954, mientras que Jorge Tarancón en su imprescindible blog noveladeaventuras.blogspot.com nos remite a 1944. Yo me inclino por 1944 por el precio de las novelas, ya que las 4 pesetas se corresponden con el precio habitual de este tipo de publicaciones en esa fecha.

Otra polémica es la autoría de las novelas. El título de la colección ha provocado confusiones haciendo pensar que el autor pudiera ser nuestro admirado Juan Gallardo Muñoz, más conocido como Curtis Garland, pero insisto que el autor es desconocido, y por las fechas en que se publicó la colección es imposible que fuera nuestro Juan Gallardo. Pudiéramos estar ante una obra colectiva, pero veo complicado llegar a tener más datos al respecto.

Dado que es una colección bastante desconocida, adjunto los títulos que la componen:

TITULO
1El pirata justiciero
2Suplicio
3Entre el amor y el odio
4La capitana de bucaneros
5Mujeres piratas
6Una treta ingeniosa
7Traición y castigo
8En las garras del tirano
Colección Juan Gallardo

Esta era la situación de la literatura popular de piratas en España hasta mediados de los años 40.

Hasta que llega El Pirata Negro.

En 1946 la editorial Bruguera publica el primer número de El Pirata Negro, titulado La espada justiciera, bajo la autoría de un tal Arnaldo Visconti, que no es otro que Pedro Víctor Debrigode, un autor del que hemos hablado en múltiples ocasiones en este blog, y al que yo al menos considero uno de los mejores escritores de literatura popular de nuestro país sin ningún lugar a dudas. Un escritor con mayúsculas.

Esta novela, publicada en el popular formato tipo revista que imperaba en la época (tamaño 20×15, con texto a dos columnas, similar al de El Coyote), presentaba la figura de Carlos Lezama, un clásico justiciero acusado de forma injusta siempre dispuesto a acudir en defensa del más débil.

Las aventuras del pirata negro se extenderían a lo largo de 85 títulos, todos ellos con portada del gran Jaume Provensal, desde 1946 hasta 1949, en una colección que supuso un éxito sin precedentes, casi a la altura de El Coyote de José Mallorquí, y que fue traducido incluso al alemán. Si hoy en día apenas es recordado por el gran público es porque, a diferencia del mencionado Coyote, no ha habido ninguna reedición de su obra, a excepción de algún esporádico y valiente intento por parte de editoriales como la extinta Darkland, que por desgracia no obtuvo continuidad ante la falta de ventas. Una verdadera lástima, pues El pirata negro nada tiene que envidiar a obras para mí inferiores en lo que a calidad se refiere, como por ejemplo las de Emilio Salgari, que son reeditadas una y otra vez, logrando de esta forma permanecer en la memoria del gran público. Podéis llamarme loco, pero es lo que pienso.

En 1952 Debrigode retomó brevemente las aventuras de Carlos Lezama como parte de la colección Iris de Bruguera, en un intento fallido de la editorial de volver a reflotar el género de aventuras.

De cualquier forma, no me extiendo sobre la colección de El Pirata Negro, a la que me gustaría dedicar un artículo en exclusiva, principalmente porque para mí es la mejor colección de la historia de la novela popular española.

En 1949, atraída por el imparable éxito de El pirata negro, la editorial Clíper lanza al mercado El corsario azul, bajo la autoría de J. León (Jacinto León Ruiz de Cárdenas) y con portadas de Francisco Batet. Esta serie narra las aventuras de Don Diego de Villegas, un valiente español que a bordo de El Antillano se dedica a limpiar los mares de piratas. A pesar de la buena calidad y de sus vibrantes historias, la colección tan sólo alcanzó los 12 títulos. En el blog se puede encontrar un artículo sobre este interesante autor para el que quiera más información sobre esta serie.

También en este mismo blog se puede encontrar un artículo dedicado a El Capitán Pantera, otra colección de aventuras de Debrigode ambientada en el mundo de los piratas, escrita supuestamente hacia 1946, en la que se nos narran a lo largo de 10 números las andanzas de un aventurero llamado Ross Maloney, un personaje que por cierto aparecería en otras novelas de Debrigode que nada tenían que ver con el Capitán Pantera. Al artículo os remito.

El mismo Debrigode (firmando de nuevo como Arnaldo Visconti) retoma poco después el mundo de la piratería en Pabellón Negro, colección publicada por Toray en 1950 que por desgracia sólo alcanzó los 8 números, posiblemente porque la distribución de Toray no tenía el mismo alcance que Bruguera, y porque el hecho de que la serie fueran historias independientes sin relación entre sí, no acabó de convencer a un público que buscaba personajes a los que pudiera seguir semana a semana. Insisto que es una pena porque la calidad de la colección merecía un recorrido mucho mayor.

A principios de los años 50, la edad de oro de la novela popular española, los quioscos de prensa comienzan a inundarse de colecciones de bolsilibros (formato 10×15) de todo tipo de géneros: romántico, oeste, policiaco, bélico, ciencia ficción…. pero ni rastro de piratas. El espacio dedicado por los lectores al género de aventuras parecía haber sido ocupado de forma casi absoluta por el Oeste, en línea con lo que estaba ocurriendo en el mundo del cine.

Los tiempos habían cambiado. El propio Debrigode arría la bandera pirata, apartando a un lado el género de aventuras para centrarse en otro tipo de historias, especialmente policiacas, donde por supuesto también destacó con luz propia. Aun así, se nota que le costaba desprenderse definitivamente del parche y la pata de palo, con títulos entre sus obras como Piratas de frac (Servicio secreto nº 202), o Piratas de puerto (Servicio secreto nº 375), ambas obras policiacas firmadas como Peter Debry; o incluso Costa Bárbara (Servicio secreto nº 204), única novela policiaca/espionaje del autor en la que volvió a emplear el pseudónimo de Arnaldo Visconti, y en la que hay constantes referencias a piratas del pasado.

Una interesante rareza de los años 50 en la que encontramos piratas de los de verdad es la colección Celebridades, de la editorial Dólar, una serie de 100 novelas en las que se novelaban algunas de las más importantes figuras históricas -algunos de ellos de discutible importancia-, mezclando personajes reales y ficticios (impagables las biografías de Sherlock Holmes, Fantomas, Nick Carter, Arsenio Lupin, Raffles, Sandokan y otros cuantos personajes novelescos que son tratados como si hubieran existido realmente). Pues bien, entre los personajes históricos encontramos las biografías del Capitán Kidd (Nº 19 de la colección, del escritor Red Lowel), y de Francis Drake (nº 33 de la colección, narrada por John Ruzakosta), y el pirata Barbarroja (nº 88 de la colección, de F.G. Rich).

No espere el lector un sesudo tratado histórico sobre los personajes objeto de la colección, y mucho menos imparcialidad sobre los hechos históricos, pero es un interesante ejercicio su lectura que nos enseña mucho sobre cómo puede desvirtuarse la historia. Y además, entretiene.

Para que podáis haceros una idea del tono de la colección, os transcribo el prólogo de Drake el Pirata, nº 33 de la colección, escrito según consta en el mismo desde París por John RuzaKosta (pseudónimo de Juan José Ruiz Acosta) en 1952:

“He aquí la biografía novelada de Francis Drake.

Cuando la editorial Dólar me encargó escribirla, comprendí que era una tarea poco fácil.

Sabido es que en Inglaterra Drake es un personaje de la historia: almirante, descubridor, predilecto de la reina Isabel, héroe del Mar Caribe… y un sinnúmero de adjetivos más.

Pero yo no soy inglés y no puedo sentir por él simpatía, ni tampoco repudia como en varios países le tienen. Soy neutral y creo haber hecho justamente lo más equilibrado. Si bien es cierto que fue almirante, no lo es menos que fue pirata. Si los escondidos documentos que encontré me han demostrado que Drake tuvo una infancia hermosa, como todas las infancias, otros me han revelado su condición de criminal, de asesino de fraile y de profanador de templos.

Drake, de niño, socorrió a varios pobres, Era bueno, estudioso, obediente, humano. En su pubertad tuvo deseos de abandonar tan borrascosa existencia, y aún de mayor, cuando ya sus manos estaban tintas de sangre, cada vez que recordaba a su madre y a uno de sus amigos de la infancia, las lágrimas acudían a sus pardos ojos. Pero también Drake mató, incendió, profanó, fue la causa de miles de desgracias. Fue el ladrón que con orden o sin orden de la reina se apoderó de un galeón español con las pagas de los ejércitos de Felipe II en Flandes.

Incendió Cartagena, Las Palmas, Cádiz, y atacó cobardemente a la Escuadra Invencible, cuando ésta luchaba con los elementos desencadenados.

No es mi intención herir susceptibilidades. No hice más que recopilar datos, huyendo de las opiniones apasionadas de unos y otros historiadores. Yo no he opinado. Sólo creo haber dado forma a la Historia para que, de una manera amena, llegue a los selectos lectores de la colección Celebridades la vida y aventuras de este personaje.

Como siempre, agradezco de antemano, a todos, el cariño que me demuestran leyendo mis originales, y por medio de estas líneas envío un efusivo saludo a Editorial Dólar, cada día más superada y mejor dirigida.

París, 24 de Junio de 1952.”

Impagable prólogo, que viene a decirnos que la mayor parte de los datos que figuran en la novela son inventados, y que la imparcialidad brillará por su ausencia, especialmente en las partes en que Drake se enfrenta a los españoles. Frases como “¿No habría aprendido aún Francis Drake que un español vale más que mil ingleses?, se preguntaba el mundo”, no dejan lugar a dudas acerca de la imparcialidad del autor.

Volviendo a tema principal, a partir de aquí, y durante casi 50 años, la sequía en lo relativo al género de piratas es casi absoluta, si exceptuamos los inevitables homenajes que esporádicamente aparecen en novelas de distintos géneros, como Los piratas del espacio, de Alf Regardie (Luchadores del espacio nº 18), Piratería sideral, de Van S. Smith (Luchadores del espacio 212); Piratas espaciales, de Ralph Barby (La conquista del espacio nº 565); o Los piratas de Korgia, de A. Thorkent (Héroes del Espacio nº 103, 1982), por citar tan sólo alguna, que por supuesto no son en ningún caso novelas de piratas al uso, pero al menos intentaron dar un enfoque más moderno al tema como parte de una trama de ciencia ficción.

El motivo por el que los piratas parecían haber perdido el favor de público no deja de ser un misterio; probablemente al igual que el género de capa y espada, era algo repetitivo, y resultaba totalmente anacrónico para un público que buscaba nuevas emociones. Tampoco era algo exclusivo de la literatura, pues en el cine ocurría algo muy similar, con muy pocas incursiones en el género, y con sonados fracasos que invitaban a no arriesgar al respecto. Recordemos por ejemplo Piratas (1986), de Roman Polanski; Hook (1992), de Steven Spielberg (aunque no fue un fracaso de taquilla fue despedazada por la crítica); o La isla de las cabezas cortadas (1995), de Renny Harlin; tres intentos fallidos de resucitar el género que se estrellaron de forma estrepitosa en taquilla, haciendo que los productores se lo pensaran dos veces cada vez que alguien les hacía llegar un guion que oliera a piratas. Tan sólo parecía aceptarse a los piratas en películas de terror de bajo presupuesto, como La Niebla (1980), de John Carpenter, o siendo parte secundaria de una trama, como en el caso de Los Goonies (1985), de Richard Donner. El éxito de Jack Sparrow y sus piratas del Caribe aún quedaba muy lejos, y probablemente sólo logró triunfar porque supo dar con la mezcla exacta de espectacularidad, humor y fantasía, y gracias a una interpretación que transformó al clásico caballero pirata en un sinvergüenza sin escrúpulos. De haber seguido la habitual línea de las películas de piratas clásicas, seguramente se hubiera convertido en un nuevo fracaso.

Curiosamente en 2001, un genio de las letras españolas tuvo la misma idea que haría triunfar a Disney dos años más tarde con su saga de Piratas del Caribe: fusionar el género de piratas con todo tipo de géneros, buscando dar un nuevo enfoque al tema.

De este modo, cuando el mundo del bolsilibro daba ya sus últimos estertores, nace la original colección Piratas en la editorial Astri, una colección mítica de 12 títulos a cargo de Donald Curtis (Juan Gallardo Muñoz), para mí todo un ejemplo de lo que debe ser la literatura Pulp (imaginación y diversión desbocadas), pero que por desgracia contó con lo que probablemente sean las portadas más feas de toda la historia de la novela popular en España, amén de una infame edición plagada de errores ortográficos -algo habitual en Astri-, lo que hace que como objeto de coleccionismo pierda casi todo el interés.

Mi recomendación es que os olvidéis del envoltorio y disfrutéis de una lectura que, seguro que os sorprenderá con su mezcla de piratas clásicos y todo tipo de elementos históricos, fantásticos y hasta terroríficos, con el habitual buen hacer de un autor que destaca de forma especial en el mundo de los pastiches. Afortunadamente Matraca Ediciones ha reeditado recientemente toda la colección en 4 volúmenes, así que supongo que no será complicado acceder a su lectura. Además, la edición de Matraca incluye en cada volumen un cuento inédito sobre el tema escrito por estudiosos y amantes de la novela popular que suponen un valor añadido a la obra original.

Esta es la relación de títulos de la que a buen seguro fue la última colección de piratas de la novela popular española:

TITULO
1El corsario de oro
2El galeón negro
3Halcones sobre Jamaica
4El bucanero fantasma
5Máscara de terror
6La dama en la niebla
7Bajo bandera negra
8La isla de las tinieblas
9Tesoro sangriento
10El corsario escarlata
11Con la muerte a bordo
12Mar de naves perdidas

Y sin más, en estos tiempos convulsos, recordad, que “si tenemos la fortuna de ser impelidos por viento favorable, arribaremos pronto a la isla y nos llevaremos el más fabuloso de los tesoros” (La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson).

Ojalá que cada uno de vosotros acierte a descubrir el tesoro que debe buscar.

Alberto Sánchez Chaves. Enero de 2022

4 comentarios en “AL ABORDAJE: LA PIRATERÍA COMO GÉNERO POPULAR

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