Hacer o decir cosas poco inteligentes no es un obstáculo para el éxito político. Existen varios factores psicológicos que ayudan a que aparentes idiotas sean elegidos para cargos de responsabilidad una y otra vez, perjudicando en muchos casos el desarrollo del conjunto de la sociedad.

Decía Napoleón Bonaparte que en política, la estupidez no es una desventaja. No diremos que absolutamente todos los políticos sean pésimos — si lo fuesen el sistema quizá acabaría colapsando y no es el caso — pero lo cierto es que la gran mayoría tienen una pésima reputación.

De un político siempre se asume y se espera lo peor: si promulga una legislación que genera un problema mayor, hablamos de un político mediocre; si reconoce el error y lo revierte, hablaríamos de un líder débil e incapaz; si dice que va a bajar los impuestos, probablemente mienta; y si menciona algo impopular, probablemente ocurra.

Encontrándose en una situación donde parece que siempre tienen las de perder, ¿cuál es el interés? Bueno, podemos decir que no todos los políticos están en política por su propio interés. Algunos realmente buscan lo mejor para la ciudadanía y son capaces de asumir las críticas recibidas.

Para dejar constancia, no diré que todos los políticos son idiotas (aunque la definición de imbécil puede variar), pero muchos lo son. Y si un político es inteligente, siempre deberá fingir cierto grado de estupidez para lograr éxito político.

Confianza e inteligencia

Las personas seguras de sí mismas son más convincentes, y así lo han demostrado numerosos estudios. Y podemos poner un ejemplo: en un juicio, un testigo con confianza es más convincente para el jurado que uno nervioso e indeciso. Lo mismo se puede aplicar y observar en muchos otros contextos como en el de los comerciales o vendedores, donde el fenómeno de la confianza ha sido explotado durante décadas.

Los políticos son claramente conscientes de ello, por ello se forman en temas de comunicación y gestión de sus relaciones públicas. Cualquier político que no parezca seguro y confiado acabará siendo eliminado (metafóricamente hablando). Por lo tanto, la confianza es importante en política.

Sin embargo, el efecto Dunning-Kruger revela que las personas menos inteligentes suelen ser aquellas que están increíblemente seguras de sí mismas. Las personas más inteligentes, en cambio, no lo están en absoluto. La autoevaluación es una habilidad metacognitiva muy útil, pero que requiere de inteligencia; si no tienes mucha, no te considerarás un ignorante, porque técnicamente no tienes la capacidad de hacerlo.

El efecto de Dunning-Kruger también señala que las personas con escaso conocimiento tienden a pensar que saben mucho más de lo que en realidad saben y a considerarse más inteligentes que personas mucho más preparadas. El agravio, según Kruger es doble: los más incompetentes «no solo llegan a conclusiones erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello».

Revertiendo este efecto en política, si quieres que una persona segura de sí misma represente a tu partido político, elegir a una persona inteligente sería una mala elección en muchos sentidos.

Sin embargo, esto puede tener consecuencias negativas. Diversos estudios han demostrado que cuando se demuestra que una persona segura está equivocada o miente, se la considera mucho menos digna de confianza que una persona insegura. Y esto puede explicar la imagen negativa de la política, donde una mayoría de individuos seguros hacen grandes promesas y fracasan miserablemente a la hora de cumplirlas, lo que acaba desmovilizando y desmotivando a los ciudadanos.

La política es complicada

Gestionar efectivamente un país de decenas de millones, cada uno con diferentes requisitos y demandas, es un trabajo increíblemente complicado y hay casi infinitas variables que deben ser consideradas. Desafortunadamente, resumir este trabajo en los medios de comunicación resulta prácticamente imposible, por lo que aquellas personalidades menos inteligentes pero más seguras de si mismas son más persuasivas, y tienen capacidad para destacar con más frecuencia en los mismos.

Respuestas de Gore y Bush en una entrevista durante la campaña presidencial en EE.UU en el 2000

Temas complejos y discusiones demasiado intelectuales pueden desmovilizar a la ciudadanía. Mucha gente puede no tener experiencia o conocimiento sobre el tema, o pueden encontrarlo demasiado intimidante para querer involucrarse, porque hacerlo con éxito requeriría mucho tiempo y esfuerzo. Pero la política, y especialmente la democracia, requiere que la gente se involucre.

Los estudios de personalidad sugieren que muchas personas demuestran orientación en base a objetivos — una «disposición hacia el desarrollo o demostración de habilidad en contextos de posible éxito». Sentir que se está influyendo activamente en algo (por ejemplo, en unas elecciones) es una poderosa perspectiva motivadora, pero si alguien con ciertos conocimientos comienza a hablar sobre los tipos de interés o el control del déficit y gasto público, esto alejará a aquellos que no siguen o comprenden tales cosas. Por lo tanto, si una persona segura de sí misma dice que hay una solución simple o promete hacer desaparecer el gran y complicado asunto, parecerá algo mucho más atractivo para el votante de turno.

Esto también se demuestra por la Ley de Parkinson de la trivialidad, donde las personas tienden a perder mucho más tiempo y esfuerzo enfocándose en cosas triviales que en entender algo complicado. Y es que lo primero, como mencionamos antes, ofrece mucho más margen para contribuir e influir, y a la gente le encantan las cosas triviales. Por lo tanto, que las personas menos inteligentes descarten y conviertan en ínfimas los grandes problemas existentes, ayuda definitivamente a ganar votos.

Las bases más iletradas son grupos sociales con un amplio poder electoral, sin capacidad crítica para pensar por si mismos, por lo que resultan muy fáciles de movilizar, y los políticos sin duda tienen facilidad para conectar con ellos. Aunque uno quiera para gobernar una persona inteligente que entienda los métodos para dirigir un país o un pueblo de la mejor manera posible, la ciudadanía parece sentirse atraída por demostraciones de habilidades intelectuales cuestionables.

A los votantes les gusta socializar

¿Cuántas veces hemos oído aquello de «me iría de cañas con tal político»? Esta cercanía que muestran algunos políticos les permite establecer cierta conexión con la ciudadanía, generando confianza y empatía que ayudan a ‘encajar’ entre los votantes.

Y es que el elitismo en política es una cualidad negativa. La idea de que aquellos que dirigen y tienen poder están desconectados de la sociedad es preocupante para muchos ciudadanos, lo que explica los constantes esfuerzos de los políticos por «encajar».

El primer ministro Croata tratando de «encajar» pagando un par de cafés con 30€, junto a la presidenta de la Comisión Europea, von der Leyen.

La mayoría de las personas son propensas a numerosos sesgos subconscientes, prejuicios, estereotipos y prefieren a las personas de sus propios «grupos». Nada de esto es particularmente lógico y tampoco está respaldado por evidencia y/o realidad. Pero a la gente realmente no le gusta que le digan cosas que no quieren escuchar. Los ciudadanos son muy conscientes de su estatus social; y necesitamos sentir que somos superiores a los demás de alguna manera para mantener nuestra autoestima. Como resultado, alguien más inteligente diciendo cosas complicadas sobre hechos incómodos (pero reales y precisos) nunca va a ser atractivo para nadie. Pero alguien demostrablemente menos inteligente no desafiará el estatus social percibido sobre alguien, y si van a decir cosas simples que apoyen esos inherentes prejuicios y nieguen hechos incómodos, pues mucho mejor.

A pesar de que esto pueda parecer decepcionante, es la forma en que funcionan las mentes de las personas. Véase lo que ocurre en esta campaña electoral de 2023: ¿Para que hablar de cosas complicadas y de futuro cuando se puede hablar de ETA – un tema básico que todo el mundo conoce?

El único consuelo que nos queda a los afectados por el liderazgo de incompetentes es saber que somos más inteligentes por no ocupar esos puestos. Aunque si nos consideramos más inteligentes que los demás, según el efecto Dunning-Krugger, quizá es que en realidad no lo somos, y solo sería cuestión de tiempo, tal y como augura el Principio de Peter, que lleguemos a una posición destacada.

Un comentario en «¿Por qué votamos a idiotas?»
  1. Aunque desde que yo recuerdo y por lo que me he documentado la movilización social funciona sobre todo por la canalización de las emociones. La petición de voto es un acto de movilización social, por lo que apenas se la conoce ni se espera la racionalidad. Desde la radio hasta la actualidad y en consonancia con el desarrollo de las tecnologías de la información el crecimiento de la emotividad en las campañas ha sido geométrico.
    La mediocridad de la clase política no es ajena a la apabullante mediocridad en TODOS los estamentos sociales; los políticos no son ni mejores ni peores que el resto de ciudadanos.
    El hecho de que contemos con polític@s idiotas aclamad@s por sus seguidores no es lo preocupante. Lo realmente preocupante es que en sus -de los ciudadanos seguidores- automutilados cerebros las mentiras y tonterías que evacuan sus dirigentes toman forma de veracidad y suficiencia.
    Todo hooligan tiene como única razón de ser envilecer, destrozar, humillar y someter a sus enemigos por encima de defender sus colores, ideas, nación, barro, familia, municipio o sindicato. Tienes razón; somos como somos los humanos pero cuando tras la avant garde política idiotizada y polarizada se detectan descomunales intereses por volver a tiempos anteriores a la anciana Revolución francesa, te das cuenta de que no son simplemente idiotas sino que ascienden al papel de tontos, y malos, muy malas personas, útiles.

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