Resulta paradójico que un ex-delincuente de vida rocambolesca termine siendo el creador y director de la policía francesa; más aún si además es el fundador de la primera agencia de detectives y pionero en el desarrollo de las técnicas de investigación criminológica moderna, como el análisis de huellas dactilares, balística, antropometría, elaboración de expedientes de casos, etc. Pero si encima inspiró a grandes escritores para algunos de sus personajes inmortales, como el Auguste Dupin de Edgar Alan Poe (Los crímenes de la rue Morgue, La carta robada, El misterio de Marie Rogêt), entonces resulta imposible sustraerse a echar un sucinto vistazo a su jugosa biografía. Hablamos de Eugène-François Vidocq.

Seguramente todas las autoridades se quedaron estupefactas en 1812 al enterarse de que uno de los delincuentes más recalcitrantes y escurridizos de Francia acababa de ser puesto al frente de un nuevo cuerpo civil de lucha contra el crimen denominado Brigade de Sûreté y compuesto por ocho agentes, muchos de los cuales tenían la particularidad de proceder de las prisiones estatales, como él. El prefecto de policía, el duque de Paquier, debió de pensar que ya que no se le podía domeñar, era más práctico atraerlo y pagarle por trabajar a favor de la ley en vez de en contra. Y acertó plenamente.

Vidocq había nacido en Arrás en 1775, en el seno de una familia de clase media-baja. Su padre, que era panadero y junto a su madre se dedicaba al comercio de trigo, no fue capaz de meter en vereda al que era el tercero de seis hermanos, cuatro chicos (uno de ellos fallecido antes de que él naciera) y dos chicas, y tuvo que ver cómo en su adolescencia empezaba a meterse en problemas a menudo. Con sólo trece años robó la cubertería familiar de plata y dilapidó sus ganancias el mismo día; sus progenitores lo enviaron al reformatorio de Badets con la idea de darle una lección, pero cuando salió un par de semanas más tarde siguió igual.

Vidocq huyendo de los gendarmes. Grabado de George Cruikshank para Memoirs of Vidocq. The Principal Agent of the French Police (1859)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Al año siguiente, Vidocq se apoderó de los ahorros de sus padres, unos dos mil francos, y se fue de casa en dirección a Ostende con la idea de embarcarse hacia América. Sin embargo una noche le estafaron y perdió el dinero, uniéndose a un pequeño circo ambulante como acróbata gracias a su fuerza. Allí ejerció también de mozo de cuadra y actor (interpretaba el papel de un indio caníbal), aunque terminó expulsado por coquetear con la esposa del dueño. Sobrevivió trabajando de vendedor ambulante, empleo en el que al menos no recibía palizas, aunque finalmente regresó a su hogar con la esperanza de ser perdonado.

Así fue, en efecto, y en 1791 obtuvo permiso para alistarse en el ejército, en un regimiento de granaderos, algo que logró fácilmente por su fornida constitución y porque desde pequeño había sido un visitante asiduo de las salas de esgrima y manejaba bien la espada. Eso tenía su parte negativa, ya que durante su estancia en filas se vio inmerso en una quincena de duelos, matando a dos de sus oponentes. Por ello y por su carácter indómito pasó más de una vez por el calabozo, pero el estallido de la guerra contra Austria y Prusia en 1792 le permitió dar rienda suelta a ese caliente temperamento en combate: en la batalla de Valmy por ejemplo, ganándose el ascenso a cabo.

Lamentablemente, el día de la ceremonia tuvo un altercado con su sargento mayor, le retó a duelo y, al rechazarlo el otro, le golpeó. Aquello podía suponer una condena a muerte, así que Vidocq desertó y se unió al 11º de Chasseurs à Cheval (Cazadores a Caballo), luchando en la batalla de Jemappes a las órdenes del general Dumouriez, sustituto de La Fayette en el mando del Ejército del Centro. Pero no pudo disfrutar mucho de aquel destino; poco después se descubrió su deserción y tuvo que llevar a cabo otra, acompañando a un general que había intentado un fallido golpe de estado. Unas semanas después, un oficial intercedió por él y se la autorizó a regresar; eso sí, con la condición de dejar el regimiento.

Traslado de presos de la prisión de Bicêtre, en una acuarela hecha por el convicto Gabriel Cloquemin, detenido por Vidocq en 1832/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Volvió, pues, al punto de partida en Arrás. Apenas tenía dieciocho años cumplidos y había vivido los últimos intensamente, si bien aquello sólo era el comienzo. De momento, sin nada que hacer, se dedicó a frecuentar compañías femeninas, lo que le trajo dos cosas: por un lado, más duelos con novios, maridos y padres enfadados, algo que le hizo dar con sus huesos en Baudets otra vez; por otro, el matrimonio en 1794 con Anne Marie Louise Chevalier, forzado por haberla dejado embarazada. Anne era hija de un potentado local que medió para librar a Vidocq de la guillotina, al haber sido inculpado de ayudar a unos nobles a huir.

Como se puede deducir, estaban en los últimos estertores del Terror desatado dos años atrás por los jacobinos durante la Revolución Francesa. Chevalier puso a su nuevo yerno al frente de un colmado, pero cuando Vidocq se enteró de que su esposa no sólo no estaba encinta sino que le engañaba con un empleado se marchó una vez más al ejército. Pese a entrar con nombre falso, Rousseau de Lille, no duró mucho y entonces optó por dirigirse a Bruselas, por entonces refugio de gentes de mal vivir. Se dedicó a delitos de poca monta, mas la policía le identificó como desertor y de nuevo tuvo que escapar.

En 1795 se unió a la Armée Roulante, un cuerpo militar irregular en el que ascendió a capitán de húsares, lo que le sirvió para engatusar a una viuda rica haciéndose pasar por noble represaliado. Aunque ella terminó descubriendo el engaño justo antes de pasar por el altar, estaba tan encariñada que no le despidió sin regalarle antes una generosa cantidad. Vidocq vivió un tiempo en París con ese dinero; una vez lo malgastó en su disipada vida, se incorporó a una caravana de zíngaros siguiendo a una mujer de la que se había enamorado, Francine Longuet. Ella mantenía relaciones simultáneas con un oficial que, obviamente, fue agredido por el poco templado joven, con el resultado de pasar tres meses en Tour Saint-Pierre, la prisión de Lille.

Vidocq y la Brigade de Sûreté arrestando bandoleros, según un grabado decimonónico/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Allí entabló amistad con varios reclusos. Uno de ellos fue liberado gracias a un indulto que resultó ser una falsificación; como se había hecho en la celda de Vidocq, fue considerado cómplice y condenado a ocho años de trabajos forzados, sentencia agravada por varios fallidos intentos de fuga con ayuda de Francine y la denuncia de ésta de que había intentado matarla en un arranque de ira. Aunque luego ella reconoció que las heridas que mostraba eran autoinfligidas, los demás cargos resultaron decisivos. Pero el intrépido personaje, destinado a galeras en Brest, logró evadirse disfrazado de marinero en 1798, mientras le trasladaban desde la prisión de Bicêtre.

Durante el bienio siguiente fue atrapado varias veces, logrando siempre escapar de la forma más inaudita: ora se ponía un hábito de monja, ora se enrolaba con corsarios holandeses… En 1800 retornó a Arrás, siendo escondido en casa por su madre (el padre había fallecido). Pero no estaba destinado a llevar una existencia tranquila. Continuando esa dinámica de huidas y detenciones se enteró de que le habían condenado a muerte en rebeldía, por lo que tuvo que continuar prófugo durante varios años, al término de los cuales empezó a sentir cansancio de aquella situación. En 1809, tras otro arresto, decidió cambiar y se ofreció a la policía como confidente en la prisión de Bicêtre.

Como los reclusos le tenían por uno de los suyos, sus informaciones resultaban provechosas y tras casi dos años recibió la libertad, concedida simulando una fuga para que no hubiera represalias contra él y pudiera continuar colaborando. Así llegó 1811 y el prefecto de la policía parisina depositó su confianza en él entregándole el mando de la mencionada Brigade de Sûreté, cuyo número de integrantes pasaría de los ocho iniciales a doce, incluyendo mujeres. Vidocq los adiestraba personalmente en técnicas heterodoxas entonces como el reconocimiento facial, el disfraz o el vaciado de huellas, siendo tal su éxito que en 1818 recibió el indulto por sus actos pasados.

Un ejemplo del sistema de fichero creado por Alphonse Bertillon basándose en el trabajo de Vidocq (1893. En este caso no se trata de un delincuente sino del científico eugenista Francis Galton/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Napoleón había caído y se abría una nueva etapa, la Restauración, en la que la brigada, que posteriormente sería rebautizada Sûreté Nationale y más tarde Police Nationale, creció para alcanzar los veinticuatro agentes en 1823 y veintiocho al año siguiente. Con ellos se puso coto a la delincuencia de forma contundente. En 1817 realizaron más de ochocientas detenciones, el triple que la policía normal, en parte gracias a la memoria fotográfica de su jefe y a las innovaciones metodológicas que introdujo, entre ellas analizar cada detalle de la escena del crimen y hacer un fichero de delincuentes con descripción de sus rasgos, medidas y otros datos, que posteriormente sería la base del bertillonage (antropometría forense). Hasta fingió su propio asesinato cuando alguna vez sospecharon de su doble actividad en los bajos fondos.

Por lo demás, ahora tenía un empleo bien remunerado (cinco mil francos de salario) que engrosaba con los emolumentos que recibía ocasionalmente como investigador privado. Esa estabilidad le permitió contraer segundas nupcias (se había divorciado de Anne) en 1820 -mismo año en que murió su madre- con Jeanne-Victoire Guérin, una mujer pobre y enferma que tampoco viviría mucho, hasta 1824. En esas fechas también tuvo lugar el óbito del rey Luis XVIII, sucedido por Carlos X, el último Borbón y un absolutista que convirtió a las fuerzas del orden en un ejército privado contra toda oposición política.

El jefe de la policía fue destituido y su sustituto chocó con Vidocq, de quien se decía que era bonapartista. Acusados él y sus hombres de perder el tiempo en los burdeles y confraternizar con los delincuentes -todo ello imprescindible para su trabajo- , la situación se tensó tanto que en el verano de 1827 presentó la dimisión, retirándose a Saint-Mandé para casarse tres años después con su prima Fleuride Maniez. En ese tiempo encargó a un negro, L. F. L’Héritier de l’Ain, la redacción de sus memorias -probablemente bastante fantasiosas- y fundó una fábrica de papel en la que dio trabajo a muchos ex-convictos: no le fue bien y quebraría en 1831. Para entonces la coyuntura política nacional había cambiado radicalmente.

Retrato litográfico de Vidocq realizado por Achille Devéria hacia 1828/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y es que Carlos X se vio obligado a abdicar tras la Revolución de Julio y el nuevo prefecto de policía devolvió a Vidocq a su puesto en la Sûreté. No duró más de siete meses; la inseguridad ciudadana cosechada desde su marcha y una epidemia de cólera que provocó una revuelta contra el nuevo rey, Luis Felipe I, hicieron llover acusaciones de inmoralidad sobre Vidocq y su gente, de los que se decía que instigaban los crímenes para lucirse. En noviembre de 1832, pretextando una enfermedad de su esposa, volvió a renunciar. La Sûreté fue disuelta y reorganizada con agentes sin antecedentes penales.

Como contestando al reto, él fundó Le Bureau de renseignements universels dans l’intérêt du commerce («Oficina de información universal en interés del comercio»), considerada la primera agencia de detectives y cuya plantilla estaba formada, cómo no, por once ex-presidiarios. Ofrecía servicios a empresas y particulares para casos diversos, desde investigación de estafas y adulterios a vigilancia privada y similares. Tomando por lema «Odio y guerra contra los pícaros, devoción ilimitada al comercio» llegó a tener ocho mil clientes, pero tuvo que cerrar en 1837 por orden judicial; la policía incautó miles de expedientes y Vidocq pasó unos días en la cárcel, acusado de engaño y soborno a funcionarios, hasta que salió libre al desestimarse los cargos.

Para entonces ya frecuentaba las tertulias del filántropo Benjamin Appert, donde se codeaba con intelectuales como Honoré de Balzac (Vautrin, el protagonista de su novela La comedia humana, está inspirado en él), Victor Hugo (los personajes Jean Valjean y el inspector Javert de Los miserables también tienen elementos de su vida) o Alejandro Dumas (el policía Monsieur Chacal de Los mohicanos de París); también fue modelo para el Flambeau de Chesterton e incluso Agatha Christie adoptó su habitual grito triunfal «¡Yo soy Vidocq!», trocándolo por «¡Yo soy Hércules Poirot!». Ahora bien, eso no evitó que se siguiera buscando la forma de acabar con aquella competencia y en 1842 volvieron a clausurarle la agencia por desfalco, detención ilegal y chantaje. Esta vez no se libró y le cayó una pena de cinco años de prisión.

«Vidocq para la música». Ilustración de Mysteries of Police and Crime, de Arthur Griffiths/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Gracias a influyentes amistades pudo apelar y salir en libertad once meses más tarde, pero con la reputación dañada y el negocio mermado. Consciente de que la persecución podía repetirse, intentó vender la agencia sin éxito pese a que durante una semana estuvo formando a dos agentes británicos que querían fundar lo que sería Scotland Yard. Entretanto, se estableció en Londres, donde patentó algunos inventos de seguridad (papel bond no manipulable, un tipo de cerradura a prueba de ganzúas y una tinta indeleble que Francia usaría para imprimir billetes) y publicó libros contando sus aventuras contra el crimen para intentar recomponer su imagen; también un ensayo sobre las instituciones penitenciarias, que conocía mejor que nadie.

En 1847 enviudó y no volvería a casarse, aunque sí retomó su agitada vida sentimental con numerosas mujeres. Al año siguiente, el rey abdicó y se proclamó la Segunda República, a la que Vidocq ofreció sus servicios recibiendo el encargo de infiltrarse entre los presos de la Conciergerie (la prisión estatal, ubicada en París) para espiar a los opositores al régimen; entre ellos estaba Luis Napoleón, que poco después ganaba las elecciones que le llevaron a la presidencia para convertirse en Napoleón III. Vidocq también se había presentado por su distrito, pero sólo obtuvo un voto y fue ignorado por el nuevo gobernante cuando le propuso trabajar para él también.

Era todo un augurio porque en 1849 fue condenado otra vez, por fraude, aunque de nuevo consiguió el sobreseimiento. Sus últimos años fueron de decaimiento, atormentado por el dolor que le producía una antigua rotura de brazo mal curada y una estrechez económica que subsanaba esporádicamente aceptando casos menores o engañando a amantes para que testaran a su favor. En 1854, con setenta y nueve años de edad, sobrevivió al cólera, pero al cumplir ochenta y uno estaba tan deteriorado, con parálisis en las piernas, que su cuerpo dijo basta. Se ignora dónde fue enterrado el que está considerado padre de la criminología moderna.


Fuentes

Eugène François Vidocq, The memoirs of detective Vidocq | Fernando Cardini, Eugéne François Vidocq. “De criminal a investigador criminal” (en Revista Policía y Criminalística) | Samuel Edwards, The Vidocq Dossier. The story of the world’s first detective | James Morton, The first detective. The life and revolutionary times of Vidocq | Wikipedia


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