Tras décadas de ocupación romana Judea se había convertido en un polvorín. Los abusivos impuestos y ataques contra la religión judía llevaron a muchos a unirse a grupos de radicales como los zelotes y los sicarios (así llamados por sus dagas sica), que luchaban contra Roma de manera clandestina mediante asaltos en los caminos y atentados.
La situación alcanzó su punto crítico en el 66 d.C. con la llegada a la provincia de un nuevo procurador, Gesio Floro, quien tenía órdenes de Nerón de saquear a la población para conseguir dinero destinado a la reconstrucción de Roma tras el gran incendio del 64. Floro se puso manos a la tarea sin respetar ningún tipo de límite legal, imponiendo tasas prohibitivas, robando a particulares e incluso crucificando a ciudadanos romanos de sangre hebrea.
Con todo su peor ofensa a los judíos fue el intento de apoderarse del tesoro del Templo de Jerusalén, el lugar más sagrado de la fe hebraica. Tras masacrar a gran número de civiles en el mercado en un intento de aterrorizar a la población, Floro marchó hacia la explanada del templo a al cabeza de un destacamento de legionarios.
Como era de esperar sus atrocidades no habían hecho más que encender los ánimos, y una inmensa turba cayó sobre los romanos, expulsándolos con piedras y espadas.
En respuesta Floro se trasladó a la fuertemente romanizara colonia de Cesarea, donde exterminó a la población judía e inició un a campaña de castigo contra toda Judea. Los radicales vieron como aumentaba su número día a día con las muchas familias expulsadas de las ciudades de la costa, y antes de Pascua se infiltraron en Jerusalén para prender la llama de la revuelta contra Roma.
En una sangrienta insurrección que enfrentó a los judíos entre ellos sicarios y zelotes se apoderaron del Templo y la ciudad baja, chocando contra laos soldados del rey Agrippa II y la guarnición romana atrincherada en la fortaleza Antonia. Tras varios días de combates callejeros los rebeldes se impusieron, asesinando al sumo sacerdote Jonatán, expulsando al rey y ejecutando a los romanos que habían logrado capturar.
Roma contraataca
Alarmado por estos acontecimientos el gobernador Cestio Galo de Siria destituyó a su subordinado Floro y marchó dese Antioquía a la cabeza de unos 20.000 hombres para aplastar la revuelta antes de que cogiera fuerza. Entre sus filas se contaba la legión XII fulminata, una unidad de élite fogueada en las guerras contra los partos, así como varias cohortes auxiliares y destacamentos de otras legiones que se quedaron en la frontera.
La campaña represiva de Galo empezó de manera harto favorable con la conquista de Jaffa y la derrota de un ejército rebelde en Asamón, lo que puso a toda Galilea en manos romanas. En su avance los invasores se vieron sin duda favorecidos por las profundas disensiones que dividían al bando insurrecto, con ciudades a favor y en contra de Roma, otras neutrales y luchas constantes entre varios grupos de fanáticos religiosos cuyas creencias eran incompatibles entre sí.
Tras recalar en Cesarea para sumarse a la diezmada guarnición de Floro, el gobernador marchó hacia Jerusalén en cuanto hubo pasado el calor del verano, alcanzando el pueblo amurallado de Gabaón mientras los rebeldes celebraban la fiesta de Sucot (septiembre-octubre). Con todo si Cestio creía que los judíos no saldrían a combatir por motivos religiosos pronto descubrió que se había equivocado.
Impulsados según el historiador judío Flavio Josefo por “una rabia que les hizo olvidar la observación del sabbat” los hebreos salieron en tromba de la ciudad santa y cayeron sobre la columna a medio camino de Jerusalén, “rompiendo sus líneas y haciendo una gran matanza”. Superados por el superior número y zelo de los rebeldes los romanos se vieron obligados a retroceder hacia Gabaón.
Pese a ello parece ser que Cestio logró reponerse de este revés, pues cuenta Josefo que al poco se encontraba ya en Jerusalén, donde sus legionarios asaltaron sin éxito los muros del templo, intentado derribarlos a pico y pala protegidos por sus compañeros en formación tortuga.
Emboscada en Beth Horón
Sin efectivos suficientes para someter a la ciudad a un asedio prolongado el gobernador de Siria decidió retirarse a la costa y esperar allí refuerzos, una decisión nefasta que costaría la vida a muchos romanaos. Animados por su reciente victoria en Jerusalén los rebeldes los persiguieron durante la marcha, hostigando a la columna con flechas y eliminando a los rezagados.
Lo que Galo no sabía era que un testamento rebelde al mando de Simón bar Giora se había apostado en el paso de Beth Horón, un estrecho camino que serpenteaba entre las peladas colinas de Judea y que era el camino más directo hacia Cesarea.
Además los judíos se habían ocultado tras las colinas que bordeaban la ruta, por lo que en cuanto los romanos entraron se vieron rodeados y cayeron bajo una lluvia de flechas y proyectiles de honda. Sin poder romper el bloqueo de Giora, y hostigados por todas partes los legionarios sufrieron la más amarga derrota de la guerra, atrapados en un estrecho desfiladero en el que no podían usar sus superiores tácticas y armamento.
Cuenta Josefo que Cestio perdió a cerca de 6.000 hombres en esta emboscada donde además los rebeldes capturaron el águila de oro símbolo de la legión. El general se replegó de vuelta a Gabaón, dejando un señuelo de 400 soldados para hacer creer a los rebeldes que seguía dentro, mientras escapaba durante la noche. Al descubrir el engaño los hebreos acabaron con la guarnición y se repartieron sus armas entre ellos.
La victoria de Beth Horón fue todo un golpe de efecto para la revuelta, que se extendió por toda Tierra Santa. No sería hasta cuatro años después que Roma restablecería su control sobre la región, con la llegada de un nuevo ejército de cuatro legiones y la captura de Jerusalén por Tito en el 70 d.C.