Cuando los cómics eran el arma secreta de Estados Unidos

Durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, los cómics se convirtieron en una herramienta para difundir la visión de un futuro liderado por los estadounidenses. Pero nadie sabía que la CIA y el gobierno estaban detrás de todo. Literalmente.


El 14 de junio de 1952, un ex piloto de la Marina de los Estados Unidos llamado John “Buz” Sawyer recibió una llamada telefónica a altas horas de la noche de su jefe, un ejecutivo de la petrolera Frontier Oil llamado Wright. «Sawyer, te necesitamos para un trabajillo en Oriente Medio». Consistía en rociar con «un nuevo y potente insecticida” el campo iraní para erradicar una plaga de langostas, y «un compendio monumental de todas las cosas diabólicas». En palabras del presidente Harry S. Truman, «la propaganda comunista sostiene que las naciones libres son incapaces de proporcionar un nivel de vida decente a millones de personas en áreas subdesarrolladas de la tierra. El Punto Cuarto será una de nuestras principales formas de demostrar la completa falsedad de esa acusación». Sobre el papel, Buz Sawyer parecía el candidato ideal para la misión: el clásico héroe americano, atractivo y aseado, de extracción humilde y mandíbula cuadrada, dispuesto a ganarse el respeto de los campesinos iraníes fumigando sus cultivos con veneno. Y de paso, abrirles los ojos a la perfidia de la Unión Soviética y sus intentos por sabotear el progreso de las naciones libres. «Eres la clase de extranjero que me gusta —expresarían con agradecimiento al verse libre de los insectos— Tú no criticas a mi país; tú colaboras y ayudas».

Si la anécdota parece demasiado buena para ser cierta, es porque se trata de una historieta dibujada por Roy Crane. El autor de Buz Sawyer publicó sus aventuras en casi 300 periódicos de tirada nacional para legitimar así las acciones de su gobierno en el extranjero. Gracias al Archivo de la Universidad de Syracuse, tenemos acceso al memorando de diez páginas que Eugene V. Brown, un funcionario del Departamento de Estado, envió a Crane con las instrucciones para «enfatizar [la] importancia de la empresa privada» y retratar «la manera en que el comunismo intenta desacreditar los programas de desarrollo y mejora de Occidente». El documento detalla los puntos clave de la trama y aconseja mantenerse alejado de ciertos temas delicados, como «evitar cualquier referencia al PETRÓLEO al hablar de Irán».

Seis meses después de publicarse la tira, Crane elogió la contribución de Brown en una carta a Dean Acheson, el secretario de estado de Truman y uno de los principales arquitectos de la Guerra Fría, reconociendo que su «cooperación y perspicacia» habían resultado indispensables para «combatir la propaganda antiestadounidense». Todo ello como preámbulo al golpe de estado patrocinado por la CIA de un año más tarde. Naturalmente, la operación fue todo un éxito y, como pago a su servicio, las aventuras de Buz Sawyer siguieron publicándose ininterrumpidamente hasta 1977. Desde Irán hasta Vietnam, pasando por Cuba y Centroamérica, fueron pocos los conflictos en los que Buz no participó.

Si hoy parece extraño que funcionarios gubernamentales de alto nivel se tomaran la molestia de crear una comic strip, conviene recordar que durante su apogeo a mediados del siglo XX, las tiras del periódico gozaban de una popularidad que rivalizaba con la de Hollywood. Se encontraban entre las secciones más populares, y los adultos las leían con la misma asiduidad que sus hijos. El primer paso al frente lo dio el propio Crane en 1942, en otra carta dirigida a Elmer Davis, por aquel entonces director de la Oficina de Información de Guerra: «Desde Washington casi han pasado por alto uno de los medios de propaganda más ingeniosos de los que disponemos: las tiras cómicas de los periódicos. Por iniciativa propia, llevo tiempo intentando alertar a la gente del peligro al que nos enfrentamos, pero necesito ser bastante sutil ya que la línea editorial del periódico en el que trabajo no me permite hacer ninguna mención de la guerra». A renglón seguido, Crane sugirió que se creara un departamento que guiara los esfuerzos de aquellos dibujantes patriotas, con capacidad de transmitir su mensaje a 30 millones de lectores cada semana.

Lo llamaron Writers' War Board y aglutinó a un gran numero de dibujantes, guionistas y editoriales financiados en secreto por la Oficina de Información de Guerra. A simple vista, funcionaba como una asociación de artistas comprometidos con la causa, pero sus historietas seguían una hoja de ruta aprobada por el estado para dar forma a las percepciones populares, y se hizo de manera muy específica, con pautas sobre cómo había que representar al enemigo. Tras el ataque a Pearl Harbour, por ejemplo, algunas portadas mostraron a los japoneses como engendros monstruosos que merecían ser exterminados. Sin embargo, desde la junta de alentó a los editores a presentarlos como seres humanos. Querían que los soldados y civiles estadounidenses entendieran que los japoneses eran un enemigo extremadamente poderoso, fanático y difícil de vencer, y que retratarlos como subhumanos o animales solo contribuiría a generar confusión sobre la verdadera amenaza.

Las historietas seguían una hoja de ruta aprobada por el Writers' War Board con pautas sobre cómo había que representaría al enemigo.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, las hazañas bélicas fueron cediendo paso a las misiones humanitarias en Brasil o Irán para ayudar a combatir la malaria o introducir técnicas agrícolas modernas. Para añadir algo de emoción y recordar el peligro latente, se incorporaron complots comunistas, traficantes de droga y revolucionarios sanguinarios a las tramas. Lo que fuera preciso con tal de asentar la creencia de que intervenir en el extranjero ayudaría a prevenir los problemas internos. De ahí que la famosa Operación Mangosta, diseñada para derrocar a Fidel Castro, contase con al menos una docena de títulos que permiten reconstruir, paso a paso, un plan secreto que comenzó a urdirse a finales de 1961, tras la fallida invasión de Bahía de Cochinos. En apenas un año, circulaban 5 millones de copias de cómics anticastristas. El más famoso se titula El despertar y cuenta la historia de dos amigos que lucharon juntos para acabar con la dictadura de Fulgencio Batista, y ven cómo su amistad se desmorona porque uno de ellos se vuelve comunista y prioriza a Castro sobre sus amigos y familiares, mientras que el otro se siente traicionado por la revolución y decide echarse al monte para organizar su propia guerrilla.

Durante todo este tiempo, Buz Sawyer mantuvo viva la llama del Terror Rojo y el Peligro Amarillo incluso cuando se agotó el consenso de la Guerra Fría. Aunque ya no recibía órdenes directas del Departamento de Estado, Crane mantenía contacto estrecho con altos rangos de la Armada, quienes siempre estaban ansiosos por usarlo como megáfono para su visión del mundo. «Oriente Medio y el Sudeste Asiático es extremadamente importantes aunque solo sea porque albergan a casi la mitad de la población mundial —le había advertido su amigo C.T. Griffin, almirante al mando de la Séptima Flota en aguas del Golfo Pérsico— Ya hemos perdido China ante los comunistas. Si perdemos también Laos y Vietnam… Es muy importante conservar lo que ya tenemos. Si pudieras ayudarnos a concienciar al pueblo americano, estarías haciendo un gran servicio a tu patria». A medida que se intensificaba el conflicto, Buz Sawyer tomó un giro militarista. Una tira de 1966, que mostraba a un piloto estadounidense que regresaba de una misión para lanzar bombas de napalm, fue señalada por el diario soviético Pravda, acusándole de justificar los bombardeos y de tratar de adoctrinar a los niños «sobre la necesidad y el carácter justo de la agresión en Vietnam». Incluso los medios nacionales consideraron que había llegado demasiado lejos y retiraron la historieta de sus páginas al considerarla «políticamente demasiado estridente» (sic). 

«Buz Sawyer no fuma, no bebe, ni juega. Lleva una vida bastante ejemplar —reconocería Crane en una entrevista una década más tarde— Las tiras cómicas son… una responsabilidad pública. Deben juzgarse por el uso que se hace de ellas, igual que la dinamita. Personalmente, me siento muy satisfecho de que las mías sean una buena influencia». El efecto que tuvieron sus viñetas en la opinión pública nos remite al que ejercerían un par de ficciones contemporáneas, como La noche más oscura (2012) y la teleserie 24 (emitida entre 2001 y 2010), sobre el posterior desarrollo de una agenda antiterrorista que justificó la tortura para dar caza a Osama Bin Laden en el marco de la Operación Libertad Duradera. En el caso de Crane, al menos, disponemos de documentación más que suficiente para avalar cómo se gestiona la cultura popular desde las altas esferas.

Para añadir algo de emoción y recordar el peligro latente, se incorporaron complots comunistas, traficantes de droga y revolucionarios sanguinarios a las tramas.

Con Ronald Reagan en la Casa Blanca, la propia CIA se involucró en la producción de historietas sin acreditar para ser distribuidas en toda Latinoamérica, y que eran arrojadas desde los aviones, cruzaban la frontera de contrabando, ocultas entre las páginas de los libros de oraciones o repartidas por los empleados del supermercado, quienes las deslizaban a escondidas dentro de las bolsas de los clientes. Uno de los ejemplos más flagrantes fue Granada: rescatados de la violación y la esclavitud, publicada en 1983 bajo el fraudulento sello de la Asociación de Víctimas de los Emisarios del Comunismo Internacional, tras la que se ocultaba la Commercial Comic Book Company, el mayor proveedor estadounidense de cómics educativos. En él pueden leerse eslóganes tan burdos como «¡El Gobierno Popular Revolucionario es una simple marioneta de la Cuba de Castro! ¡Rusia ordena, y Castro mueve los hilos del títere!» o «¡Gracias a Dios, al presidente Reagan y nuestros vecinos amantes de la libertad!». El ilustrador Jack Sparling cuenta que fue el guionista Malcolm Ater quien se reunió con su contacto de la CIA en Washington DC. La cita se produjo en el interior de un taxi en marcha, donde intercambiaron las páginas originales por un maletín lleno de dinero en efectivo.