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Por qué el 'body positive' es una gran tomadura de pelo

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Cuando con más ahínco se reivindica la belleza natural y diversa en las redes sociales, más afloran unas caras y cuerpos clónicos que nos recuerdan que los cánones de belleza están, cada vez, más encorsetados.

Por qué el 'body positive' es una gran tomadura de pelo

Nos fascinan las etiquetas. La almohadilla nos empodera; es nuestra argucia virtual para hacernos visibles en un inquietante universo en el que (casi) nada es lo que parece. Pero, esa pueril ilusión colectiva que nos empuja a reivindicar que nosotros también estamos ahí nos convierte en marionetas de astutas campañas que consiguen que hagamos nuestras sus banderas sin darnos cuenta que detrás hay poco o nada.

El llamado body positive es uno de los ejemplos más claros de esa inconsistencia que atesoran todas esas etiquetas que acotan qué somos o cómo pensamos en las redes sociales. "Quererse a uno mismo por encima de todas las cosas". El eslogan de este movimiento global de autoaceptación no puede ser más reconfortante e inspirador. Nos invita a situarnos frente al espejo mágico para decirnos que ni las arrugas, ni los michelines, ni las bolsas en los ojos, ni la celulitis enturbian ni un ápice nuestra belleza. Que todos somos bellos, sin importar nuestra edad, nuestras medidas, nuestros kilos o la calidad de nuestra piel, y que vayamos por la vida, como dice Sabina, "con la frente muy alta...".

Para potenciar esa inyección de autoestima (¿o aprovechar el tirón comercial?), alguna marcas, incluso, se atreven a apostar por modelos maduros, con más kilos de lo 'habitual' o con algún rasgo 'peculiar' en sus campañas; proliferan las cuentas de influencers que nos enseñan, sin tapujos, sus estrías y desvelan las argucias que se estilan en redes para 'disimular' las lorzas, adoptando posturas imposibles; y los medios ('mea culpa') nos afanamos en mostrar lo estupendas que están las celebridades más deseadas al natural cuando, seamos sinceros, todos sabemos que, tras esa ausencia de chapa y pintura, hay más artificio que en una película de ciencia ficción.


Hasta aquí, todo es muy hermoso... El problema es que, más allá de los brindis al sol, es inevitable pensar que hay poco más. Que, por mucho que nos esforcemos en querernos en la intimidad de nuestro cuarto de baño, el subidón se nos baja de un porrazo en cuanto asomamos las narices a la vida real y nos damos cuenta de que, tras ese body positive, lo que hay, en realidad, es un marketiniano lavado de cara de una sociedad encorsetada por unos cánones de belleza cada vez más estrictos que se sorprende ante la 'valentía' de mujeres que dejan aflorar sus canas (véase el ejemplo de Sarah Jessica Parker), sus arrugas (como Ángela Molina) o su cuerpo recién parido (en el caso de Georgina).

Puede que sea una sensación, pero mucho que temo que no. Basta con darse 'una vuelta' por las redes sociales para descubrir el 'inquietante' (otra vez) ejército de clones que allí habita: misma nariz, mismos labios carnosos, mismos pómulos... Fuera de ellas, chicas cada vez más jóvenes acuden a las consultas de los especialistas para conseguir lucir en la vida real esas caras 'perfectas' que los filtros les bridan en la virtual, revelando que, desde luego, algo estamos haciendo fatal.

El mejor retrato de esta 'inquietante' (de nuevo) realidad lo hizo recientemente Alberto Olmos, columnista en The Objective, en un revelador tuit en el que, irónicamente, daba la enhorabuena a una concursante en un certamen de belleza por haber quedado primera, segunda y tercera, cuando, obviamente, se refería a tres jóvenes diferentes pero clónicas físicamente.

Y lo peor de todo es que, toda esa locura colectiva es el caldo de cultivo perfecto para la dismorfiay los trastornos de la alimentación, patologías que afectan, cada vez con más insistencia, a los adolescentes.

A lo mejor, solo a lo mejor, es que el body positive estaba mal planteado desde el principio. Puede, solo puede, que el problema de raíz parta de situar el físico, en su vertiente estética y no de salud, en el centro de todo. Quizás, solo quizás, el problema real nos viene a todos de más arriba, de esa azotea que no anda demasiado bien mucho antes ya de la pandemia.

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