Anthony Quinn, el primer latino que conquistó Hollywood
Con casi 150 films y dos Oscar en la mochila, Anthony Quinn fue el primer latino que conquistó Hollywood. Recordamos con una selección de sus mejores películas la figura de este mujeriego impenitente.
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"He intentado conocerme a mí mismo una y otra vez, pero nunca fui el mismo hombre de un día para otro. Uno no escribe la historia de su vida para recordar, sino para olvidar. ¿Qué más da lo que me haya pasado? Lo único que importa es saber quién soy. Y yo soy Anthony Quinn: hijo, hermano, recolector de fruta, estudiante, amante, actor, marido, padre, escultor, pintor, bastardo arrogante. Soy mexicano, irlandés, indio, americano, italiano, griego, español, chino, esquimal, musulmán. Soy todas esas cosas y muchas más. Y muchas menos. Pero, por encima de todo, soy un artista. Ese fue mi principio y ese será mi final". Así hablaba de sí mismo en la segunda parte de sus memorias, One Man Tango, Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca (Chihuahua, 1915 - Boston, 2001), acaso el actor latino más relevante de la historia de Hollywood. Ciudadano del mundo, en sus propias palabras, rodó casi 150 películas, convirtiéndose en todo un pionero. "En aquella época, ningún mexicano trabajaba en cine, así que yo cambié el modo en que se trataba a los chinos, a los negros, a los latinos...", recordaba.
Hijo de emigrantes mexicanos en California (su padre, Francisco, había participado en la Revolución Mexicana, donde conoció a su madre: "Nací en una revolución que fue la guerra más romántica de la época moderna. El pueblo se alzó en armas, con un señor que se llamaba Pancho Villa y mis papás lucharon a su lado), la futura estrella tuvo que ganarse la vida y ayudar en casa desde niño, tras la temprana muerte de su padre. No siento vergüenza por mis orígenes humildes. Todo lo contrario, diría. No todos llegan a dónde yo he llegado empezando de cero."
BRANDO, PUNTO Y APARTE
Fue en su postadolescencia cuando Quinn descubrió el arte: en brazos de una amante mayor que él, y, más tarde, dando clases de pintura, interpretación y arquitectura. De ahí al cine, avalado por Mae West: debutó como extra en 'La Vía Láctea' (Leo McCarey, 1936), y sus papeles fueron creciendo (asomó en 'Bufalo Bill' o 'Union Pacific', de su entonces suegro Cecil B. DeMille, en 'Murieron con las botas puestas', 'Sangre y arena' o 'The Ox-Bow Incident').
Elia Kazan fue clave en su carrera: primero, porque, a finales de los años 40, le dio el papel protagonista de 'Un tranvía llamado Deseo', sustituyendo a Brando en la gira por los teatros del país, e instalándose en Broadway en el reestreno de la obra. Después, al contratarle para '¡Viva Zapata!' (1952), por la que ganó el primero de sus dos Oscar. "Es fácil de dirigir, te escucha como un niño", concluyó el cineasta sobre él.
Intérprete con tendencia al exceso, a Quinn le costó salir del encasillamiento al que su origen mexicano le condenaba. Fue en Europa, y gracias a Federico Fellini, que le regaló el papel de Zampanò, un violento forzudo de circo, en 'La strada' (1954). Años después, aún agradecido, el actor escribiría una carta al cineasta italiano y a su mujer, Giulietta Masina (la Gelsomina de la película), que firmaba así: "Vosotros dos me brindasteis el mejor momento de mi vida. Antonio."
Esa época, de mediados de los 50 a finales de los 70, coincidió con sus mejores papeles: 'El Loco de Pelo Rojo' (Vincente Minnelli, 1956, su segundo Oscar), 'Nuestra Señora de París' (Jean Delannoy, 1956), 'El Hombre de las Pistolas de Oro' (Edward Dmytryk, 1959), 'Los Dientes del Diablo' (Nicholas Ray, 1960), 'Los Cañones de Navarone' (J.Lee Thompson, 1961), 'Barrabás' (Richard Fleischer, 1961), 'Lawrence de Arabia' (David Lean, 1962), 'Zorba el Griego' (Mihalis Kakogiannis, 1964), 'Viento en las velas' (Alexander Mackendrick, 1965), 'Las sandalias del Pescador' (Michael Anderson, 1968), 'La Herencia Ferramonti' (Mauro Bolognini, 1976), 'Mahoma: El mensajero de Dios' (Moustapha Akkad, 1977) o 'El Griego de Oro' (J.L. Thompson, 1978).
EL CARÁCTER DE UN MUJERIEGO
Tan legendaria como su trabajo ante las cámaras fue su condición de mujeriego: casado en tres ocasiones, confesó multitud de amoríos en sus memorias (con Rita Hayworth, Carole Lombard, Ingrid Bergman o la hija de esta, Pia Lindstrom). Con su primera esposa, Katherine DeMille, tuvo cinco hijos (el primero, Christopher, murió ahogado en la piscina de W.C. Fields cuando sólo tenía 3 años). Cuenta la leyenda negra que la noche de bodas descubrió que ella no era virgen, lo que desató su furia y justifcó sus continuas infidelidades.
Rodando 'Hombre o demonio' (Pietro Frascisci, 1954) conoció a Iolanda Addolori, responsable de su vestuario, con la que inició una relación y se casó 12 años más tarde. Fue la madre de tres de sus hijos. Su matrimonio se rompió en medio de un escándalo mediático cuando un Quinn ya casi octogenario tuvo una hija con su secretaria, Kathy Benvin. Sería su tercera y última esposa, y con ella aún sumó otro vástago, el número 13 (tres de ellos, extramatrimoniales).
Quinn nunca dejó de trabajar: concentrado en la escultura, su gran pasión, paseó su carisma hasta el fnal en títulos de todo pelaje: dirigido por Spike Lee ('Jungle Fever') o Alexander Rockwell ('Alguien a quien amar'), en España ('Pasión de hombre', 'Tierra de cañones') o con una española (Aitana Sánchez-Gijón, en 'Un paseo por las nubes'), junto a Schwarzenegger ('El último gran héroe') o a Stallone (en su despedida, 'El protector'). Lo tenía claro: "Hacer cine es seductor, te intoxica, pero es sólo una manera más de ganarse la vida. Y ahora, ya tan mayor, me he dado cuenta de que, de todo lo que hice, es lo que más me llena."
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