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Turba, mentiras y redes sociales: ¿de verdad hoy no se podría rodar 'La vida de Brian'?
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Turba, mentiras y redes sociales: ¿de verdad hoy no se podría rodar 'La vida de Brian'?

¿Está más en peligro hoy la libertad de expresión y de creación que antes? ¿La sensibilidad se ha vuelto ultrafina? ¿Somos más susceptibles? ¿Somos más puritanos?

Foto: 'La vida de Brian' (Terry Jones, 1979).
'La vida de Brian' (Terry Jones, 1979).

La historia es conocida, pero no por ello desmerece recordarla. Ocurrió hace más de cuarenta años. Los Monty Python tenían ya cerrada una sátira sobre la vida de Jesucristo –en realidad, un tal Brian–, pero Bernart Delfont, que era el presidente de EMI Films, la productora que ponía el dinero, se plantó a última hora: aquello le parecía una obscenidad y no iba a financiarlo. Al rescate salió George Harrison, el ex Beatle, que puso todos los recursos para que la película saliera adelante. El músico recordaría después que nunca una entrada de cine le había salido tan cara. La película se estrenó, tuvo algunas críticas por parte de colectivos católicos, pero hoy está considerada una de las mejores comedias de todos los tiempos. Y seguimos riéndonos con ella.

Unos años más tarde, en 1988, el ya prestigioso Martin Scorsese dirigió 'La última tentación de Cristo'’, que humanizaba la figura del Mesías, sobre todo en su relación con María Magdalena. Antes del estreno avisaba que era un relato de ficción –estas cosas tampoco vienen de ahora–, pero, con todo, grupos ultracatólicos llamaron al boicot, el papa Juan Pablo II la tachó de blasfema y un grupúsculo ultra tiró cócteles molotov a la salida de un cine en París. La película cosechó críticas excelentes y la polémica sirvió para llevar a mucha más gente al cine de la que hubiera acudido de no ser por las páginas de sucesos. Una especie de efecto Streisand pre era digital. Y nadie despidió a nadie.

Seguimos en el tiempo. En 2004 el programa 'Lo + plus', de Canal Plus, emitió un vídeo del cantautor Javier Krahe titulado 'Cómo cocinar un crucifijo'. En él, el crucifijo era troceado, untado con mantequilla y metido en un horno, "saliendo al tercer día en su punto". El vídeo se había grabado en 1977, pero fue 30 años después cuando el Centro Jurídico Tomás Moro (CJTM) presentó una querella criminal por escarnio de las creencias religiosas. La querella fue admitida a trámite y el juicio se celebró en mayo de 2012. Krahe terminó absuelto y siguió dando conciertos hasta su fallecimiento en 2015.

La ofensa y agravio no son modas actuales. Películas, libros –Salman Rushdie podría contar algo de la fatwa que le pusieron por su novela 'Versos satánicos' en 1989–, canciones, caricaturas, fotografías, pinturas, discursos han sido siempre juzgados por aquellos que creen haber visto ofendidos sus sentimientos..

placeholder Fotograma de 'La vida de Brian'
Fotograma de 'La vida de Brian'

No obstante, sí es cierto que últimamente este tipo de ofensas parecen haberse incrementado y han dado lugar a situaciones que hace un tiempo eran algo más impensables, ya que se producen despidos y entran aún más tribunales de por medio. Por ejemplo, actores despedidos por un comentario –seguramente falaz y estúpido– en una red social (esta misma semana, la actriz de la serie 'The Mandalorian', Gina Carano, fue despedida por comparar a los republicanos con los judíos. No le gustó a su empleador, Lucasfilm, es decir, Disney); raperos denunciados por sus canciones (o por sus tuits, como el reciente caso de Pablo Hasél). Exposiciones que se denuncian porque su contenido a alguien le parece obsceno (como ocurrió con una muestra de Egon Schiele organizada por el Ayuntamiento de Viena). Pintores del canon a los que se les pone la etiqueta de "pedófilo" como Balthus o Gauguin.

Todo esto ha dado lugar a debates, ensayos y toda una gran conversación sobre el asunto en los últimos años: ¿está más en peligro hoy la libertad de expresión y de creación que antes? ¿La sensibilidad se ha vuelto ultrafina? ¿Somos más susceptibles? ¿Somos más puritanos? Las respuestas, dicen juristas y miembros de la cultura, no tienen tanto que ver con una mutación de la naturalleza humana. La irritación es la misma; ahora bien, desde hace una década se ha desencadenado una tormenta perfecta y un cóctel peligroso: redes sociales, dinero, turba y un cierto amparo de las leyes (y no solo en España). Y procedente de todo tipo de direcciones. La derecha conservadora y los sentimientos religiosos y una izquierda que ya tampoco soporta ciertos mensajes (ni creadores).

Antes se enteraban en tu casa

La primera cuestión es que de las barbaridades –o de lo que nos puede parecer una barbaridad– ahora nos enteramos todos. Es el efecto megamultiplicador de las redes sociales. Como dice la abogada de Estado y secretaria general de la fundación Hay Derecho, Elisa de la Nuez, con respecto a Pablo Hasél u otros raperos, "antes nadie hubiera sabido de las letras de este señor o de lo que decía. Eso se amplifica por las redes". Es decir, como mucho sus seguidores, a los que parece improbable que les molestaran las letras. Sus tuits –su pensamiento político– tampoco serían de dominio público, por lo que una denuncia habría sido muy dudosa.

placeholder 'La última tentación de Cristo'
'La última tentación de Cristo'

En el mismo sentido se expresa Miguel Presno Linera, catedrático de Derecho Constitucional y profesor en la Universidad de Oviedo, que entiende que el gran cambio llegó con las redes. "Abrieron nuevos canales comunicativos y por tanto la gente se puede expresar a través de ellos. A más canales, mayor posibilidad de que se digan cosas que lesionan derechos de otras personas. Pero la lesión del derecho al honor ya existía antes, la lesión del derecho a la intimidad ya existía antes; lo que ocurre ahora es que hay una serie de canales que además, potencialmente, pueden tener un gran efecto para la reputación de alguien. La capacidad lesiva es mayor que si antes eso se mostraba a un grupo de amigos".

"La lesión del derecho al honor ya existía antes, ahora hay una serie de canales que además pueden tener una gran efecto para la reputación de alguien"

Antes una denuncia por ultrajar el derecho al honor, a la bandera, a la Corona, por enaltecimiento del terrorismo o por agravio a los sentimientos religiosos habría sido mucho más difícil a no ser que… hubieras salido en la tele como Krahe.

Pero a partir de ahí es cuando comienza el efecto-bola. O efecto turba. Cuando los que se ofenden se suben a la corriente crítica que, como dice De la Nuez, es bastante general por parte de todos. "Lo que nos hemos vuelto es muy poco tolerantes a la libertad de expresión de lo que no nos gusta. Si va en contra de nuestra ideología o nuestros valores… se reacciona, se critica e incluso se va al juzgado", apunta esta jurista, que ve como clave "la tendencia a la polarización. A partir de ahí, todo lo que nos molesta, a un tribunal. Hay muy poca tolerancia".

Precisamente, este efecto se torna mucho más peligroso ahora porque, según dice Presno Linera, "hoy no es solo que la gente se sienta ofendida, sino que, además, consideran que el Estado debe respaldar sus sentimientos de ofensa castigando al ofensor. Es decir, el rechazo social se quiere convertir en un rechazo jurídico. Algo te puede parecer despreciable y que no tiene gusto, pero entre eso y castigar administrativamente al ofensor hay una gran diferencia. Sin embargo, los ofendidos quieren que el Estado respalde sus sentimientos de ofensa".

Las leyes

Aquí entramos en el terreno de las leyes porque hay una obviedad: algo puede molestar mucho, pero si no está respaldado por un artículo que castigue eso no se llega a ningún tribunal. "Ahora hay colectivos que se movilizan y pueden hacerlo porque la norma lo permite", recalca De la Nuez.

placeholder El rapero Valtonyc
El rapero Valtonyc

El rapero Pablo Hasél ha sido condenado a nueve meses de cárcel por enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona y las instituciones del Estado en 64 tuits que escribió entre los años 2014 y 2016 en los que ensalzó la figura de miembros de ETA y de los GRAPO. Un delito de enaltecimiento del terrorismo que está amparado en los artículos 578 y 579 del Código Penal, que señalan que "se castiga el enaltecimiento o justificación pública del terrorismo, los actos de descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas, así como la difusión de mensajes o consignas para incitar a otros a la comisión de delitos de terrorismo. En la tipificación de estas conductas, se tiene en especial consideración el supuesto de que se cometan mediante la difusión de servicios o contenidos accesibles al público a través de medios de comunicación, internet o por medio de servicios de comunicaciones electrónicas o mediante el uso de tecnologías de la información, articulando, además, la posibilidad de que los jueces puedan acordar como medida cautelar la retirada de estos contenidos". Cuando hay humillación y menosprecio a las víctimas "se castigará con la pena de prisión de uno a tres años y multa de doce a dieciocho meses".

Por otro lado, el artículo 525 del mismo ordenamiento jurídico alude a la ofensa de la religión mediante ofensa de los sentimientos y creencias mediante palabra o vía escrita. Y a este artículo es al que se acogen asociaciones como Abogados Cristianos para denunciar aquellas manifestaciones artísticas que creen que son ofensivas para la religión católica.

"Se han empezado a utilizar figuras delictivas que estaban ahí que nunca se habían usado"

En este sentido, los juristas consultados creen que una muestra de por qué ciertas manifestaciones han llegado a los tribunales es porque "se han empezado a utilizar figuras delictivas que estaban ahí que nunca se habían usado. Por ejemplo, el delito de ultrajes a España (con la bandera). Ese artículo había pasado desapercibido, pero empieza a haber más denuncias y empieza a haber más susceptibilidad. Y los tribunales, en lugar de llevar a cabo una lectura restrictiva de este tipo de conductas; es decir, no, eso puede molestar y ofender pero no es delito, han ido acogiendo (a trámite) este tipo de querellas", sostiene Presno Linera. Es decir, la sensibilidad también está en los juzgados, que se ponen la venda antes de la herida. "Los tribunales no han anticipado la defensa de la libertad de expresión y han admitido a trámite querellas que luego se han demostrado que carecían de fundamento. No obstante, aunque se acaban archivando tienes el efecto desaliento: has tenido que pasar por un juicio, ir a un juzgado, llevar un abogado... Desde mi punto de vista hay una admisión de querellas muy generosa que carecen de fundamento", añade.

La consecuencia para Elisa de la Nuez es muy evidente: ante un posible juicio, uno se echa para atrás. "Hay cosas que se hacían antes con tranquilidad que ahora no pasarían cierto filtro de lo que puede molestar. Y esto es un problema porque estás reduciendo el ámbito de lo que se puede decir, lo que se puede hacer o no y estás quitando pluralidad. Si lo reprimes, ya la gente se lo piensa dos veces. Estás minando la esencia de una sociedad pluralista", explica.

Y quien paga, se autocensura

Ante esto, quien paga para que una película (u otra creación) salga adelante, censura. O se autocensura. Es decir, lo que hizo el productor de ‘La vida de Brian’ (si bien lo suyo parecía más personal que por la posible turba). Y esto lo saben bien ahora en el circuito cinematográfico, como cuenta el productor y director Álvaro Longoria, que está detrás de taquillazos como ‘Campeones’ o los documentales ‘The propaganda game’ y ‘Las dos Cataluñas’ con Morena Films. Porque no es algo que pase solo en España. "A nivel de la producción de películas, documentales o series, somos muy conscientes del mundo en el que vivimos. Las cadenas que van a emitir las películas son las más afectadas… y tienen muchísimo cuidado, cada vez más, sobre todo porque muchas de esas son plataformas americanas, de EEUU", comenta. Ni Netflix ni Disney quieren correr ni medio riesgo ante una amenaza de la turba. Porque hay demasiado dinero sobre la mesa.

"Las cadenas que van a emitir las películas son las más afectadas… y tienen muchísimo cuidado. Muchas de esas son plataformas de EEUU"

Él lo vio con sus propios ojos en Estados Unidos cuando fue a presentar ‘Campeones’ en la carrera para los Oscar. "Nos dijeron, ¿pero cómo habéis hecho esto? Esto es políticamente incorrecto. Es una película que en EEUU nadie entendió. Les pareció políticamente muy incorrecta. Y eso es algo con lo que tienes que vivir", explica. Quizá por ello se quedó fuera. Aquel año, en 2019, la ganadora a la mejor película de habla no inglesa fue ‘Roma’, distribuida por Netflix.

placeholder El reparto de 'Campeones', ganadora del Goya 2019 a mejor película. (Universal)
El reparto de 'Campeones', ganadora del Goya 2019 a mejor película. (Universal)

La conclusión es que son las plataformas (las empresas) las que más en cuenta tienen si algo o alguien se sale fuera del tiesto, pero para este productor y director también hay cosas que están cambiando y que demuestran que estamos mejor que hace unos años. "La propia Netflix ha tomado riesgos. Por ejemplo, con ‘Fe de etarras’ o ‘Las dos Cataluñas’, que dirigí yo mismo, y generó de todo. ¿Y eso es malo? Pues como decía Billy Wilder, la cuestión no es que hablen bien o mal, sino que hablen. Es el sentido común lo que tiene que prevalecer", sostiene. Otro ejemplo que pone es ‘The Crown’, que "es una crítica feroz a la familia real británica, y eso antes no se hubiera hecho. Y de hecho ya se está empezando a hablar de que se harán series sobre la familia real española. Eso antes era impensable".

¿El final de los ofendidos?

Precisamente, el tiempo de los ofendidos quizá está terminando. Quizá la sociedad está demostrando que es mucho más abierta de lo que dicen sus redes sociales. Desde el Gobierno –tanto PSOE como Unidas Podemos– han anunciado esta semana sendas propuestas con respecto a reformar los delitos del Código Penal que han castigado con cárcel por comentarios o canciones. Para el PSOE habría que reformar los artículos del Código Penal para que "aquellos excesos verbales que se cometieran en el contexto de manifestaciones artísticas, culturales o intelectuales" permanezcan "al margen del castigo penal", según el Ministerio de Justicia. Por su parte, UP ha planteado la derogación de los artículos en el caso de los delitos de injurias a la Corona e instituciones del Estado, contra los sentimientos religiosos o enaltecimiento del terrorismo.

Esta misma semana, más de 200 intelectuales y miembros del mundo de la cultura se manifestaban en contra de que Hasél entrara en la cárcel

Son propuestas que, de alguna manera, ya llevan un tiempo en la calle. La opinión pública está de acuerdo. Esta misma semana, más de 200 intelectuales y miembros del mundo de la cultura, entre ellos personalidades como Joan Manuel Serrat y Pedro Almodóvar, firmaban un manifiesto en el que se pedía que el rapero Hasél no entrara en la cárcel por sus comentarios. También se han movido otros textos en el mismo sentido durante estos días firmados por periodistas y personas anónimas.

A Prenso Linera le parece obvio que "hay que reformar algunos artículos del Código Penal. Por ejemplo, el delito de injurias a la Corona. No puede tener una pena más grave que las injurias a un ciudadano común. Pero es que eso el Tribunal de los Derechos Humanos ya lo ha dicho hace años". Y le parece bien que se reaccione desde el Gobierno, pero "también hay que pensar qué se va a hacer porque una idea que se está transmitiendo es que hay cierto tipo de conductas que en ningún caso lleva aparejada pena de cárcel. La cuestión es si no hay que ir un paso más allá: no solo que no haya pena de cárcel, sino que no haya ningún tipo de sanción".

Para Elisa de la Nuez, "el asunto no es decir que este tipo de conductas son totalmente libres, no es que puedas hacer lo que te dé la gana, pero no te pueden meter en la cárcel por eso". Para ella, no sería exagerado una multa, pero que no que sea algo tan grave como la pérdida de libertad. El Código Penal tiene que estar para las conductas de enorme gravedad".

Quizá es una cuestión de perspectiva, que perdimos hace un tiempo. Puede ser que en España –otra cosa es EEUU y sus plataformas– no seamos tan puritanos, solo que quien se irrita ha hecho mucho más ruido.

La historia es conocida, pero no por ello desmerece recordarla. Ocurrió hace más de cuarenta años. Los Monty Python tenían ya cerrada una sátira sobre la vida de Jesucristo –en realidad, un tal Brian–, pero Bernart Delfont, que era el presidente de EMI Films, la productora que ponía el dinero, se plantó a última hora: aquello le parecía una obscenidad y no iba a financiarlo. Al rescate salió George Harrison, el ex Beatle, que puso todos los recursos para que la película saliera adelante. El músico recordaría después que nunca una entrada de cine le había salido tan cara. La película se estrenó, tuvo algunas críticas por parte de colectivos católicos, pero hoy está considerada una de las mejores comedias de todos los tiempos. Y seguimos riéndonos con ella.

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