DISNEY
Fuego Amigo

No me quiero poner el moño

El caso de Gina Carano muestra que ya no es el Estado sino el mercado el que dice qué se puede decir o pensar. Como el mercado es más eficiente, las listas negras ya no son necesarias.

Hay un capítulo de Seinfeld en el que Kramer va a una marcha benéfica para la lucha contra el SIDA pero se niega a ponerse el moño rojo que se ponen todos los participantes. “Tenés que ponerte el moño”, le dice una de las organizadoras. “¿Tengo que ponérmelo? Por eso no quiero ponérmelo”, dice Kramer. “¿No estás en contra del SIDA?”, le preguntan. “Sí, por eso vine a la marcha. Pero no me quiero poner el moño”, contesta.

Según cuenta el escritor Peter Mehlman, el episodio fue inspirado por el hecho de que siempre que iban a la entrega de los premios Emmy les pedían en la entrada que se pusieran un moño rojo y a ellos les molestaba y les parecía que no tenía ningún sentido aunque, por supuesto, estaban “en contra del SIDA”.

Veinticinco años después de esta genial observación acerca de los gestos públicos y la hipocresía, una actriz fue despedida de la serie en la que trabajaba por negarse a usar un moño rojo. Gina Carano fue desvinculada de The Mandalorian, no por no ser progresista, lo que por supuesto también estaría mal, sino por no mostrarse progresista. Primero, las hordas woke de las redes sociales le exigieron que pusiera sus pronombres en su perfil de Twitter, como tiene su compañero Pedro Pascal, en apoyo al colectivo trans; después, que muestre apoyo al movimiento Black Lives Matter. No la criticaban por nada que hubiera dicho; la criticaban por no decir lo que ellos querían que dijera.

La actitud de Carano ante esto fue igual a la de Kramer: en lugar de ceder, redobló la apuesta, se burló y se quejó de los bullies. La tildaron de racista y transfóbica. El martes publicó en Instagram lo siguiente: “Los judíos eran golpeados en las calles, no por soldados nazis sino por sus vecinos… incluso por los chicos. Como la historia nunca se cuenta completa, la mayoría de la gente no se da cuenta de que para llegar al punto en que los soldados nazis puedan llevarse a miles de judíos, el Gobierno primero los hizo odiarlos simplemente por ser judíos. ¿En qué se diferencia eso de odiar a otro por su postura política?”. Por supuesto: la acusaron de antisemita.

Clima enrarecido en Hollywood

Algunos dicen que volvieron las listas negras de Hollywood, como las de los años ’40 y ’50. Parece una exageración, sobre todo porque los casos de artistas cancelados por su ideología no son tantos (James Woods, Roseanne Barr), pero es cierto que el clima está enrarecido y si alguno piensa parecido a Gina Carano sabe que es mejor no decir nada.

El caso de Chris Pratt (otro “activo” del Mundo Disney) es muy ilustrativo. Sus compañeros de las películas de Marvel tuvieron que salir a defenderlo después de que en las redes sociales lo lincharan por su supuesta ideología conservadora. Su crimen fue no asistir a una gala de recaudación de fondos para la campaña de Joe Biden (a la que sí asistieron sus compañeros) y formar parte de la congregación de la Iglesia Zoe, en Los Angeles, que según el actor Elliot Page “tiene una ideología anti LGBT” (cosa que Pratt negó).

Lo de Pratt puede ser usado como argumento para negar la persecución ideológica, porque es cierto que no fue echado de Disney. Pero no fue echado porque se mantuvo en silencio y, como buen cristiano, puso la otra mejilla.

Pratt no fue echado porque se mantuvo en silencio y, como buen cristiano, puso la otra mejilla.

El psicólogo Steven Pinker dijo algo parecido a lo de Gina Carano, incluso haciendo referencia explícita al Holocausto. “Una respuesta al misterio de por qué la sociedad cae a menudo bajo el hechizo del delirio colectivo –dice Pinker– es que si los disidentes son castigados y pueden anticipar que serán castigados, entonces te encontrás en una situación en la que nadie verdaderamente cree en algo pero todos creen que el resto lo cree, entonces nadie está dispuesto a ser el niño que dice que el Emperador está desnudo”.

Hoy el macartismo se privatizó. Ya no es el Estado el que dice qué se puede decir y pensar, sino el mercado. Y como el mercado siempre es más eficiente que el Estado, las listas negras ya no son necesarias. Los mismos progresistas se justifican usando el argumento del mercado, un argumento que repudiarían para cualquier otra cuestión, empezando por todas las políticas de “acción afirmativa”. Dicen: “Gina Carano puede decir lo que quiera y Disney tiene la libertad de no querer que trabaje con ellos”.

La ironía es que tienen razón. Solo queda esperar que en los libros de historia del futuro haya al menos un capítulo dedicado a los que se negaron a ponerse el moño rojo.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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