Saint-Denis, el profanado panteón real de Francia

Iconoclastia revolucionaria

Con el país inmerso en el Terror, el gobierno quiso hacer borrón y cuenta nueva con la historia nacional desenterrando a sus reyes

Interior de la catedral de Saint-Denis, lugar en que se enterraba a los reyes de Francia

Interior de la catedral de Saint-Denis, lugar en que se enterraba a los reyes de Francia

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En agosto de 1793 arrancó uno de los episodios más macabros y también más alegóricos del Terror. Los jacobinos radicales que dominaron esa fase decidieron perseguir a la monarquía hasta en sus orígenes, mientras la guillotina caía una y otra vez sobre cuellos empolvados diez kilómetros al sur, en el centro de París.

Muchos años después, la repulsa extendida en la sociedad francesa por este suceso horripilante no se había borrado de la memoria colectiva. En aquel aquelarre, 167 monarcas y personajes ilustres enterrados siglo tras siglo en Saint-Denis habían sido arrancados de sus tumbas.

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El Comité de Salvación Pública, sangrienta junta suprema instrumentada apenas cuatro meses antes por Maximilien de Robespierre y Georges-Jacques Danton, impulsó en el Parlamento un decreto que ordenaba la erradicación de los símbolos feudales en todo edificio de la República.

Ningún lugar concentraba tantas insignias del Antiguo Régimen como la basílica, hoy catedral, de Saint-Denis, una comuna muy próxima a París. Era el panteón por antonomasia de la Corona gala. Siendo para muchos el monumento más emblemático de la larga historia de Francia, no fue casual que se situase en la mira de un gobierno iconoclasta, orientado a demoler el mundo conocido para construir uno nuevo.

La gran referencia gótica

Lo cierto es que el sitio no había sido concebido como necrópolis real. Tuvo orígenes mucho más humildes. Nació como una simple capilla de madera en tiempos paleocristianos para custodiar los restos mortales de tres mártires: san Dionisio (Denis en francés), Rústico y Eleuterio.

En el siglo V se sustituyó la estructura de madera por otra de ladrillo. El edificio continuó robusteciéndose en el VII, cuando ya intervino un rey, el franco Dagoberto I. Ordenó construir una iglesia reducida, aunque lujosa, y, junto a ella, una abadía. Pero lo más importante que hizo Dagoberto en Saint-Denis fue testar que se lo enterrase allí a su muerte.

Estatua de Dagoberto I en el Palacio de Versalles.

Estatua de Dagoberto I en el palacio de Versalles.

Benjamín Núñez González / CC BY-SA 4.0

Inauguró con ello, en el año 639, la larga lista de monarcas merovingios, carolingios, Capetos, Valois y Borbones enterrados aquí, la mayoría de los reyes que han gobernado Francia. Se aseguraron de ello el abad Suger, a mediados del siglo XII, y Luis IX, san Luis, en el XIII.

Suger remodeló la iglesia para que pudiera albergar con la majestad adecuada los sepulcros de los soberanos. El elemento clave para ello fue la luz. El abad maximizó su entrada en el recinto elevando los techos y acristalando la estructura todo lo posible. Estaba convencido de que la visión de belleza facilita el ascenso del alma a la contemplación divina. Su edificio vanguardista, que comenzó a cobrar forma en la década de 1140, se convertiría en la primera referencia clara del Gótico sacro.

Un año de Terror

En el siglo siguiente, el rey Luis IX ordenó trasladar a Saint-Denis los restos de todos sus predecesores. En adelante, cada uno de los monarcas franceses, salvo alguna excepción, fue inhumado allí. Hasta la Revolución. El último enterrado había sido Luis XV.

Su sucesor, Luis XVI, ya había sido guillotinado cuando la Convención Nacional aprobó el decreto que afectaba a Saint-Denis. Sin embargo, tratado de ciudadano Luis Capeto, su cuerpo y la cabeza fueron a parar a una fosa anónima en el cementerio de La Madeleine. La paradoja fue que, gracias a ello, con la Restauración a partir de 1814, Luis XVI iba a contarse entre los escasos reyes bien identificados tras la embestida al panteón real.

Cenotafio de Luis XVI y de María Antonieta,

Cenotafio de Luis XVI y María Antonieta

Eric Pouhierz / CC BY-SA 2.5

En cuanto a su viuda, María Antonieta, aún seguía con vida en el verano del Terror. Estaba en prisión con sus hijos. Por desgracia para ella, el alto mando revolucionario le tenía reservado un papel trágico en los siniestros hechos que iban a ocurrir en Saint-Denis.

La moción de republicanizar los edificios públicos –y, específicamente, esta basílica– no había persuadido a la Convención solamente por motivos ideológicos. Se buscaba también castigar a poderes considerados secuaces de la monarquía, como el eclesiástico. De ahí que se hubiese desacralizado el recinto y disgregado su comunidad benedictina.

Para el esfuerzo de guerra

Hubo un móvil económico suplementario. La Francia tricolor necesitaba cañones y balas, al sufrir hostilidades monárquicas desde el exterior. Y Saint-Denis contenía una moderada cantidad de material para fabricar armas. Había ataúdes de plomo dentro de los sarcófagos decorativos de madera, mármol y piedra. También, bronce en placas y adornos, además de otros metales. Entre ellos, algo de plata y oro.

La Convención estableció dos etapas para reducir a mínimos y reciclar el panteón real. La primera, en la que se desmantelarían las tumbas de las dinastías más antiguas, debía concluir el 10 de agosto, el aniversario de la toma del palacio de las Tullerías. La segunda se proyectó para mediados de octubre con un trasfondo más funesto. Centrado básicamente en los ataúdes de los Borbones, se lo quería compaginar con la decapitación de María Antonieta.

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Los días 6, 7 y 8 de agosto de 1793 se acometieron en Saint-Denis las sepulturas de la planta a pie de calle. Eran las pertenecientes a las dinastías más antiguas. Se abrieron un total de 51 tumbas, muchas con valiosos sarcófagos esculpidos en mármol o en piedra, atacados sin pudor a cincel y mazazos. Los apuntes de un testigo presencial hablan sobre todo del “olor fétido que exhalaban las tumbas”.

Muchos de los restos exhumados en esa sesión inicial correspondían a realeza merovingia, carolingia y capeta. Pipino el Breve, padre de Carlomagno; Luis VI el Gordo, benefactor de Suger; la esposa de su hijo, Constanza de Castilla... Constanza no fue la única afectada de las casas reales peninsulares: se le sumarían Isabel de Aragón, hija de Jaime I el Conquistador; Blanca d’Évreux, infanta navarra que se casó con Felipe VI de Valois; y Ana de Austria, hija de Felipe III de España.

Violación de las bóvedas reales de Saint-Denis, por Hubert Robert.

Violación de las bóvedas reales de Saint-Denis, por Hubert Robert.

Dominio público

Mucho más amplio fue el despliegue realizado dos meses después. La nómina de los afectados da una idea de la magnitud alcanzada por este acto calificado por la posteridad, tanto por voces monárquicas como republicanas, de profanación, vandalismo, violación o sacrilegio.

Enrique IV, el primer Borbón coronado en el país, se encuentra entre los monarcas que más llamaron la atención. Sus restos estaban en tan buen estado que hasta se le pudo hacer una máscara mortuoria y se lo exhibió de pie casi una semana para fascinación de multitudes de curiosos. Un destino más aciago sufrió su segunda esposa, María de Médicis, menos popular y en franca corrupción corporal. Un trabajador le arrancó con odio el poco pelo que le quedaba adherido a la calavera.

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Luis XIV, el Rey Sol, reapareció bastante indemne, aunque con la piel negra como el betún por la gangrena. Sin embargo, Luis XV, en plena putrefacción, flotaba en humores nauseabundos con las nalgas enrojecidas, la nariz amoratada y un hedor tan intenso que varios obreros después tuvieron fiebre.

Se esparcía vinagre y se quemaba pólvora, salitre y enebro para contrarrestar esas emanaciones de oscuros vapores pestilentes. Lo que no impidió que las cuadrillas se indispusiesen a menudo.

Las fosas Borbón y Valois

Esto ocurrió principalmente en la cripta, donde reposaban los Borbones en 54 ataúdes de roble que, colocados sobre caballetes oxidados con cubos de plomo debajo –para las vísceras extraídas durante el embalsamamiento–, estaban ocupados desde hacía menos tiempo que las otras tumbas.

Dieron menos problemas los Valois y sus predecesores, situados a diferentes niveles a las puertas de este espacio subterráneo. Y muchos menos los personajes que llevaban enterrados varios siglos.

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La basílica de Saint-Denis, el que fuera lugar de sepultura de la mayor parte de los reyes de Francia.

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Fue el caso del abad Suger, ya hecho cenizas, lo mismo que el duque Hugo el Grande, padre de Hugo Capeto, el fundador de esta dinastía real. El gran militar Du Guesclin, héroe de la guerra de los Cien Años, se hallaba en los huesos, pero con el esqueleto completo. Y Turenne, quizá el general más victorioso del país hasta Napoleón, causó asombro por la estupenda conservación de su momia.

Todos estos grandes personajes acabaron en dos fosas comunes, denominadas Borbón y Valois, preparadas en el cementerio monástico anexo al templo. Se cavaron cuadradas, de cinco metros de lado por tres de profundidad.

Reliquias en circulación

Antes de cubrir los hoyos, se permitió bajar a ellos para tomar reliquias. Un soldado, días antes, había cortado un poco de barba a Enrique IV como talismán. Para que lo ayudase a derrotar a los enemigos de Francia, exclamó al hacerlo.

Otros curiosos, menos heroicos, sencillamente querían mercadear con esos trofeos humanos. Un ciudadano al que las autoridades revolucionarias asignaron el solar de Saint-Denis se apropió de pelo de Felipe Augusto, dientes de Enrique III, un fragmento del cráneo de san Luis, la mandíbula de Dagoberto y una pierna de Catalina de Médicis. Su viuda trató de venderlos, sin éxito, en la Restauración. Terminaron pululando por subastas hasta recalar en un museo.

'Enrique IV exhumado', grabado a partir de una pintura de François Gabriel Théodore Basset de Jolimont.

'Enrique IV exhumado', grabado a partir de una pintura de François Gabriel Théodore Basset de Jolimont.

Dominio público

Todavía en 2019, el prestigioso Hôtel Drouot, el equivalente parisino de Christie’s y Sotheby’s, ofreció en septiembre un mechón de barba atribuido a Enrique IV. Y en octubre despachó “un lote compuesto de una cabeza momificada, dos cráneos y huesos humanos y de tres estatuillas”. Su comprador proclama desde entonces que se trata, también, de la cabeza del primer Borbón reinante en Francia.

Este artículo se publicó en el número 634 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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