El imperio de las mentiras: breve historia cultural de las fake news

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Tan viejas como el periodismo, las noticias falsas han invadido las redes sociales y parecen tan reales como las verdaderas. Aunque a la vista de muchos son banales y hasta inocentes, la realidad es muy distinta: generan violencia, odios y hasta negocios oscuros.

POR FEDERICO KUKSO (@fedkukso)

En la mañana del martes 25 de agosto de 1835 los neoyorkinos se despertaron con una noticia de otro mundo. Tras pagar un centavo por un ejemplar del diario The Sun, algunos lectores azorados se atragantaron con el desayuno. Otros, en cambio, saltaron convulsionados de la cama. En la página dos de este periódico políticamente conservador y serio, una artículo firmado por un tal doctor Andrew Grant y titulado “Grandes descubrimientos astronómicos hechos recientemente por sir John Herschel en el Cabo de Buena Esperanza” develaba lo que prometía convertirse en el hallazgo científico del milenio: con un inmenso telescopio equipado con una lente de siete metros de diámetro, el prestigioso matemático y astrónomo inglés había detectado vida en la Luna. Pero no organismos microscópicos. Como se fue revelando en una serie de seis artículos, el satélite natural terrestre estaba habitada por una tribu primitiva de seres humanoides peludos y alados. El investigador  llamaba a estos seres inocentes y felices “Vespertilio-homo” (hombres murciélagos). Conocían el fuego, habían construido un enorme templo dorado y compartían en bosques, lagos, océanos y playas con manadas de bisontes, unicornios azules y otras nueve especies de mamíferos.

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La tirada saltó a 19360 ejemplares, convirtiendo a The Sun en el periódico con mayores ventas del mundo. En todas las esquinas de la ciudad se hablaba del tema. El único pequeño detalle que desconocían los lectores es que se trataba todo de una gran mentira.

Herschel se encontraba en Ciudad del Cabo haciendo observaciones astronómicas y se enteró del asunto meses después. El autor de las seis notas, Andrew Grant, no existía y la revista donde supuestamente se habían publicado los descubrimientos —el Edinburgh Journal of Science— había dejado de publicarse hacía varios años.

The Sun nunca admitió públicamente que todo había sido un engaño o, como se lo conoce desde entonces “El gran fraude lunar”, un ejemplo clásico de lo que hoy llamaríamos fake news.

Como con el “Fraude del Globo” escrito por Edgar Allan Poe el 13 de abril de 1844 en el mismo periódico —sobre un tal Monck Mason que había sido capaz de atravesar el Atlántico a bordo de su globo en tan sólo 3 días— o la emisión radiofónica de Orson Welles del 30 de octubre de 1938 sobre una invasión alienígena, noticias falsas se han propagado por cada medio de comunicación abusando de la confianza de las audiencias ya sea para incrementar las ventas o con fines políticos y económicos.

“El fenómeno de fake news no es nuevo —dijo recientemente el historiador Yuval Harari, autor de Homo Deus, entrevistado por el psicólogo Dan Ariely en la conferencia 92Y—. Tiene por lo menos un par de miles de años. Solo piensen en la Biblia. No hay mucha diferencia entre las noticias falsas y lo que hacía Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi”.

Lo que ha cambiado es la manera en que interactuamos con la información. No las tácticas que, de hecho, han evolucionado al punto de hacer temblar las democracias y afectar a los mercados bursátiles y las economías. “La información ha desborado los cauces que solían contenerla y nos ha inundado —dice la periodista española Irene Lozano—. Nunca ha habido tanta a nuestra disposición y nunca hemos estado los humanos tan desorientados respecto a qué hacer con ella”.


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La verdad devaluada

Tras las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, mucha atención ha sido dirigida a estos contenidos, afirmaciones no verificadas y falsas maquilladas o publicadas como si fueran información legítima y creíble en las redes sociales. Han llovido críticas sobre gigantes informáticos como Google y Facebook por haber permitido la viralización de páginas que publican mentiras, lo que, según varios analistas, podría haber allanado el camino de Donald Trump a la Casa Blanca.

“El papa Francisco sorprende al mundo y apoya a Trump para la presidencia”, “Wikileaks confirma que Hillary vendió armas a ISIS”, “Aparece muerto en su apartamento el agente del FBI sospechoso de la filtración de los correos electrónicos de Hillary” y “Denzel Washington apoya a Trump” fueron algunas de las noticias falsas más compartidas en los últimos meses.

En un momento histórico en el que la idea de verdad se encuentra severamente devaluada —“posverdad” fue elegida por el Diccionario Oxford la palabra inglesa de 2016 para denotar circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública— y que más personas se informan a través de redes sociales, las fake news  constituyen un elemento intrínseco de la ecología de la información. Nuestro hábitat ha cambiado.

“Internet siempre ha sido un lugar complicado y desordenado —recordaba recientemente Jimmy Wales, fundador de Wikipedia—. Los usuarios comprometidos con encontrar y compartir verdades se mezclan con los que se dedican a realizar bromas de mal gusto, actos de vandalismo y cosas peores. Las noticias falsas de ayer viajaban vía email porque esa es la manera principal que la gente se comunicaba en línea. Pero los métodos de circulación han evolucionado. Las redes sociales, videos y la mensajería instantánea han sustituido en gran medida al correo electrónico como los principales vehículos para la información falsa. Hoy la red es mucho más vasta e interconectada”.

Hoy todos somos potencialmente propagadores de información falsa sin saberlo. La verdad fluye por el mismo cauce que la mentira. Y distinguirlas se hace cada vez más difícil. Las falsedades se pueden difundir por el mundo en cuestión de segundos.

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Sin embargo, no es todo malo. El fenómeno nos permite observar algo que suele estar vedado, oculto: cómo los seres humanos procesamos información nueva —y cómo la asimilamos según nuestras creencias previas—, cómo influyen en este proceso los grupos a los que pertenecemos o cómo actúa la presión de la opinión mayoritaria.

Por ejemplo, no procesamos la información de manera neutral. “Las emociones pueden obstaculizar la búsqueda de verdad. Las personas asimilan la información nueva de manera parcial —explica el abogado y profesor de Harvard Cass R. Sunstein, autor de Rumorología: Cómo se difunden las falsedades, por qué las creemos y qué hacer contra ellas—. Buscamos y creemos información que nos da placer y evitamos y rechazamos la información que encontramos perturbadora”.

Un gran número de estudios demuestran que la gente intenta reducir la disonancia cognitiva —o sea, tensión interna producida por una información que choca con nuestro sistema de ideas y emociones— negando las afirmaciones que contradicen sus creencias más profundas. Según Miriam Metzger, investigadora de la Universidad de California en Santa Barbara, una persona es capaz de aceptar como verídico un artículo compartido por alguien que confía, sin importar si los datos son o no verdaderos. En sus estudios llegó a la conclusión de que la decisión o no de creerle a una fuente depende de si refuerza nuestras creencias. Es el llamado sesgo de la confirmación. Por eso se dice que vivimos en burbujas de filtros o cámaras de resonancia, tribus o grupos de personas que comparten afinidades y perspectivas similares. Quienes viven en cámaras de resonancia diferentes pueden llegar a tener creencias y visiones por completo distintas frente a un mismo hecho.

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Cascadas de mentiras

En el siglo XIX, nació el periodismo moderno. En el siglo XX, diarios, revistas y canales de noticias reafirmaron su poder social y central en la sociedad. Y en el siglo XXI buscan ponerse de pie luego de tropezar ante un aluvión de rumores, falsedades, conspiraciones y nuevas formas de enterarse qué sucede en el mundo. La fuerza corrosiva de las fake news está haciendo colapsar la confianza de las audiencias en ciertos medios. “Las redes sociales han tenido un impacto sísmico en el periodismo —dice Emily Bell, directora del Tow Centre for Digital Journalism en la Universidad de Columbia—. Nuestro ecosistema ha cambiado drásticamente en los últimos cinco años, mucho más que en los últimos 500”.

Internet permite que se ofrezca en un instante información perjudicial al resto del mundo. Estas falsedades pueden crear desprecio, miedo, odio e incluso violencia. Y pocos son los que pueden diferenciar una noticia cierta de una falsa: un reciente estudio realizado por la Universidad de Stanford entre 8.000 estudiantes de escuelas iniciales y secundarias en 12 estados de EEUU mostró que la mayor parte de ellos eran incapaces de diferenciar entre contenido patrocinado y una verdadera noticia.

Lejos de ser actos vandálicos realizados por bromistas, se ha demostrado que las noticias falsas son productos fabricados a medida por grupos de intereses políticos y económicos, así como para generar tráfico en nuestra época de clickbait o dictadura del click.

En un estudio realizado entre 22 mil usuarios de Twitter, David Lazer, profesor de ciencias polítas y ciencias de la información de la Universidad Northeastern, encontró que el 70 por ciento de las fake news que circularon durante los meses anteriores a las elecciones fueron diseminadas por solo 15 personas.

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A sitios propagadores sistemáticamente de mentiras como InfoWars, 70 News, News Examiner, Thedcgazette, The Political Insider, Empire News, Huzlers, entre otros, se suman sospechas de fábricas de fake news en Rusia y otros países. En medio de la reciente campaña electoral en Estados Unidos, el sitio BuzzFeed expuso cómo en Macedonia se estaban creando webs con la única finalidad de difundir noticias falsas sobre Hillary Clinton. Al ser compartidas masivamente, se conseguía que esas webs percibieran dinero a través de la publicidad que les colocaba el AdSense de Google. En Veles, un pequeño pueblo de aquel ya muy pequeño país del sureste de Europa, cientos de adolescentes fabrican noticias falsas y las difunden para ganarse unos euros. “Los estadounidenses adoran nuestras historias y nosotros hacemos dinero de ellas. ¿A quién le importan si son verdaderas o falsas?”, le dijo a Emma Jane Kirby, una reportera de la BBC, un universitario de 19 años conocido bajo el pseudónimo de Goran. En un mes puede llegar a ganar 1800 euros. Otros han llegado a ganar hasta mil por día.

Como indica el psicólogo social Coye Cheshire de la Escuela de Información de la Universidad de California, las fake news se propagan en forma de cascadas sociales. Casi todo lo que sabemos sobre otras personas y sobre lo que ocurre en otras ciudades o países es de manera indirecta. A falta de información de primera mano tendemos a aceptar las opiniones de los demás. En ciertas ocasiones, individuos creen en rumores o informaciones falsas porque otros también los creen. Cuando las noticias faltas producen sentimientos fuertes —repulsión, enojo, indignación— es mucho más probables que la gente los difunda y comparta.

“Las sociedades nunca han avanzado saludablemente, ni pueden hacerlo, sin grandes cantidades información fáctica fiable”, advirtió el filósofo británico Simon Blackburn. De ahí la importancia del movimiento de fact checking en el mundo y América Latina (como Lado B, El Sabueso, Chequeado, Ojo biónico, Colombia Check). Y también que los ciudadanos desarrollen mecanismos de escepticismo frente a las noticias.

“La información veraz resulta imprescindible para tomar decisiones racionales que nos corresponden como ciudadanos —recuerda la española Irene Lozano, licenciada en lingüística por la Universidad Complutense de Madrid—. Inhibirse de ese proceso equivale a una renuncia a participar en la sociedad democrática”.


Originalmente publicado en Tec Review (México), abril/mayo 2017.