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Nazis pechugonas del Tercer Reich: el porno duro que triunfaba en Israel
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el fenómeno 'stalag'

Nazis pechugonas del Tercer Reich: el porno duro que triunfaba en Israel

Del silencio, del misterio sobre la vida de los campos de concentración nació una corriente literaria efímera cuyos libritos se vendieron en masa en los kioscos de Tel Aviv

Foto: Nazis pechugonas violando prisioneros
Nazis pechugonas violando prisioneros

Hasta el juicio del nazi Adolf Eichmann a principios de los años sesenta, había en Israel un velo de misterio, un tabú sobre las experiencias de los prisioneros de los campos de concentración. Las imágenes de las palas excavadoras arrastrando cadáveres desnudos a las fosas comunes, de niños y adultos desnutridos con pijamas a rayas, aquellos ojos desmesurados, ni se habían visto ni querían verse. Los pioneros del nuevo estado llegaron a Palestina huyendo, y la huída era geográfica pero también interior. Sin embargo, los hijos de aquellas víctimas empezaron a sentir una fascinación morbosa por el tabú. ¿Qué demonios había pasado? ¿Por qué no nos lo cuentan? ¿Qué ocultan? Y claro, del tabú a la pornografía hay sólo un paso.

Foto: El doctor Theodor Morell (a la izquierda, detrás de su paciente, Adolf Hitler)

Del silencio, del misterio sobre la vida de los campos de concentración nació el fenómeno Stalag: una corriente literaria efímera (pasaron menos de cinco años entre su nacimiento, su éxito y su prohibición) cuyos libritos se vendieron en masa en los kioscos de Tel Aviv a los adolescentes hijos de víctimas. Stalag es el nombre de los campos nazis para prisioneros de guerra. En las novelas, impresas en papel barato, se narraban las historias descabelladas y escabrosas de supuestos prisioneros militares aliados en los stalags. En general estaban escritas en primera persona, como unas memorias reales, pero eran pura ficción. Las portadas atribuían las novelas a autores británicos y se suponía que estaban traducidas del inglés, cuando en realidad surgían de las mentes calenturientas de los jóvenes israelíes y estaban escritas en hebreo.

Las tramas eran sencillas: campos de prisioneros donde se tortura sexualmente a los prisioneros. Instalaciones nazis que no están regidas por oficiales masculinos de las SS, sino por (licencia poética) guardianas arias tetudas, malvadas, lascivas y armadas con botas de tacón y látigos de cuero, que se divierten violando con crueldad a los pilotos británicos y norteamericanos, hasta que estos logran liberarse. Entonces, en acto de vendetta, los prisioneros violan y matan a sus captoras en escenas explícitas de porno duro.

Imposibles de encontrar

Pese a que fueron superventas, hoy es prácticamente imposible encontrar estos libros. Me contó la historia Paul S. Keighley, periodista y traductor israelí de origen español, con quien me he reuní en la cafetería de la librería Laie de Barcelona. Me dijo que sólo hay dos formas de leer estas novelas en Israel: la primera, acudir a un coleccionista que las muestra en su propia casa; la segunda, pedirlas en la biblioteca nacional. Allí, las portadas han desaparecido, o te las prestan forradas con pegatinas de cuero negro.

La sociedad israelí de los años cincuenta era sumamente puritana, así que el stalag fue una especie de undergrond. Los libros se leían por debajo de la mesa. Pero durante el juicio a Eichmann se hicieron célebres algunos testimonios de violaciones a presas judías, y entonces se produjo un pico de ventas de las novelitas stalag. Tras la publicación de 'Yo era la perra privada del coronel Schultz', el estado consideró que se habían cruzado todas las líneas rojas. Se prohibió cualquier novela porno sobre los campos, se secuestraron los libros de los kioscos y se trató de destruir todos los ejemplares. Hasta hace muy poco, el fenómeno había sido olvidado, pero en nuestra época ha vuelto la fascinación.

Tras la publicación de 'Yo era la perra privada del coronel Schultz', el estado consideró que se habían cruzado todas las líneas rojas

Me dice Keighley que los libros que vio en la biblioteca tenían páginas arrancadas. “Tuve la impresión que eran las partes más jugosas. Las páginas que venían antes y después de las arrancadas solían contener escenas de cama. Pero es especulación”. Había hecho fotos con el móvil y me tradujo del hebreo algunos fragmentos: “El hombre empieza a acariciarla tiernamente y le susurra: tranquila, no te voy a hacer daño...” Página arrancada. “La chica dijo algo en coreano pero el capitán no la entendió. Entonces, como un sonámbulo, que no entiende cómo avanza, el capitán anduvo hacia la chica, que no se movía y hacía morritos.” Página arrancada.

Pero Keighley logró rescatar algunos fragmentos explícitos que nos permiten apreciar las virtudes y sutilizas de las escenas típicas de la literatura stalag. Por ejemplo: cuando un soldado le susurra al oído a la guardiana de la SS, momentos antes de estrangularla: "¡Puta nazi vieja, fea y enferma!" O este otro diálogo:

-Cuando sea libre, me casaré contigo -dijo Dil Dams con aire de suficiencia frotándose el pecho- No estás tan mal cuando uno se acostumbra a ti. Berta se encogió de hombros-. En la cama, quiero decir -añadió de inmediato- aunque te pareces más a un murciélago viejo que a una mujer.

Hasta el juicio del nazi Adolf Eichmann a principios de los años sesenta, había en Israel un velo de misterio, un tabú sobre las experiencias de los prisioneros de los campos de concentración. Las imágenes de las palas excavadoras arrastrando cadáveres desnudos a las fosas comunes, de niños y adultos desnutridos con pijamas a rayas, aquellos ojos desmesurados, ni se habían visto ni querían verse. Los pioneros del nuevo estado llegaron a Palestina huyendo, y la huída era geográfica pero también interior. Sin embargo, los hijos de aquellas víctimas empezaron a sentir una fascinación morbosa por el tabú. ¿Qué demonios había pasado? ¿Por qué no nos lo cuentan? ¿Qué ocultan? Y claro, del tabú a la pornografía hay sólo un paso.

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